Esta semana vamos a ver cuándo podemos permitirnos el lujo de decir «ese perro es malo» o «ese perro es bruto», en lugar de «no sé comunicarme con mi perro, soy un dueño irresponsable» o «no sé educar a un perro».
Hay perros que cuando el dueño está presente tienen una conducta ejemplar, pero que cuando están solos son un verdadero desastre; igualmente, hay otros perros que ignoran a su dueño, pero que se les puede dejar solos en cualquier lugar, ¿a qué se debe esto?
Debemos diferenciar dos conceptos que con frecuencia mezclamos, pero que –en realidad– son dos cosas totalmente diferentes: comportamiento y obediencia.
Comportamiento es la manera en la que actúa el ejemplar ante los diferentes estímulos que recibe, y en relación con el entorno en el que se encuentra; es decir, su conducta cuando no está supervisado. El comportamiento del ejemplar se puede modificar en cualquier etapa de su vida aplicando correcciones y refuerzos (esto lo veremos la próxima semana), aunque sí es cierto que es más sencillo modificar las conductas indeseadas antes de que afloren para evitar problemas potenciales y que se conviertan en hábitos. El comportamiento está en cierta medida influenciado por la genética, por tanto es muy importante tener esto en cuenta a la hora de seleccionar a nuestra mascota.
Obediencia es la modificación del comportamiento del ejemplar de manera controlada con el fin de someterlo a órdenes directas de una autoridad legítima, es decir, si un perro nos obedece o no. Esto implica que la autoridad ejerce una influencia y vigila la sumisión del ejemplar a sus comandos.
Ya que el comportamiento es totalmente diferente de obediencia, un perro puede realizar los comandos u órdenes que se le den como si fuera un robot (buena obediencia), pero al mismo tiempo puede ser un verdadero desastre cuando no está supervisado o supervisado incorrectamente (mal comportamiento). Asimismo, un perro puede portarse de manera excepcional cuando está solo (buen comportamiento), pero ignorarnos cuando le damos un comando (mala obediencia). En ambos casos, debemos buscar ayuda especializada para conseguir que tanto la obediencia como el comportamiento sean buenos (entiéndase por bueno que actúe como se le ha enseñado).
El comportamiento del perro depende un 20% de su herencia genética y un 80% de su aprendizaje, por tanto, la experiencia adquirida durante su desarrollo es más importante que la genética, lo que quiere decir que tanto el comportamiento como la obediencia depende de la educación que nosotros le hayamos dado a ese ejemplar, por tanto, no hay perros malos, solo dueños irresponsables.