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 Uno y siete

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He conocido un niño que tenía siete años. Vivía en Roma, se llamaba Paolo y su padre era un tranviario. Pero vivía también en París, se llamaba Jean y su padre trabajaba en una fábrica de automóviles.

 

Pero vivía también en Berlín, y allá arriba se llamaba Kart y su padre era un profesor de violonchelo.

 

Pero vivía también en Moscú, se llamaba Yuri, como Gagarin, y su padre era albañil y estudiaba matemáticas. Pero vivía también en Nueva York, se llamaba Jimmy, y su padre tenía una gasolinera.

 

¿Cuántos he dicho ya? Cinco. Me faltan dos:

 

Uno se llamaba Ciú, vivía en Shanghai y su padre era un pescador; el último se llamaba Pablo, vivía en Buenos Aires, y su padre era escalador.

 

Paolo, Jean, Kart, Yuri, Jimmy, Ciú y Pablo eran siete, pero siempre el mismo niño que tenía ocho años; sabía ya leer y escribir y andaba en bicicleta sin apoyar las manos en el manillar. Paolo era trigueño, Jean era blanco y Kart, castaño, pero eran el mismo niño. Yuri tenía la piel blanca, Ciú la tenía amarilla, pero eran el mismo niño. Pablo iba al cine en español y Jimmy en inglés, pero eran el mismo niño, y reían en el mismo idioma.

 

Ahora han crecido los siete, y no podrán hacerse la guerra, porque los siete son una sola persona.