Soy de una generación que la palabra ‘chateo’ la asociábamos al juego en donde chocábamos dos piedras calizas. Soy de la generación en donde la palabra ‘couching’ no tenía sentido; al bulling le llamábamos cuerdas y las pelas no eran declaradas como abusos infantiles. Vengo de una generación ‘análoga’, en que la palabra celular no existía y lo más ‘tecnológico’ que conocíamos era el teléfono de disco y las máquinas de vender refrescos.
Soy de la generación que conocíamos el significado de ‘tuche sin saca rayita’ y en la cual dominar el ‘ponte y meneo’ era una técnica. Soy de la generación que usábamos como borra las tapas de los goteros, hacíamos carritos de caja de bola y el ‘trúcano’ era un deporte nacional.
Soy de un tiempo en el que no conocíamos las vitillas, jugábamos al apara batea y las medias las rellenábamos con trapos, para convertirlas en pelotas. Soy de la generación que pedía amores y para salir con la novia teníamos que llevarnos una hermanito de ella o salir con una tía jamona, que no nos dejaba darnos un besito. Soy de una generación que, aunque a los jóvenes lo que les he contado les parecerá aburrido, pero les juro que con todas esas precariedades, éramos más felices, más activos y no nos dejábamos hipnotizar de pokémones.