Escrito por: Karina Castillo
Uno de los días más esperados por los niños y los que ya no lo son, es el sábado. Y es que para ellos y para nuestra autora, Farah Hallal, en él “florece lo inesperado y puede suceder cualquier cosa”.
En la historia, Sábado de ranas, la escritora nos cuenta de un niño llamado Enrique, quien amaba estos anfibios de tal manera, que un día llenó con agua poncheras y cubetas y las colocó en el closet y en el baño, para que las viscosas criaturas pudieran refrescarse. Junto con su hermana menor, Elisa, aprovechó que su madre estuviera en el trabajo, para darles la bienvenida y jugar con ellas.
El temor de estos niños a ser descubiertos era enorme. Y es que tanto su madre como Bolín, el hermano de ésta, odiaban, o más bien temían a las ranas, y a cuanto bicho apareciera en la casa.
La autora nos narra, de una forma ingeniosa y divertida, las peripecias que tuvieron que pasar los pequeños hermanitos para ocultar a sus húmedas amigas, aun cuando esa mañana Enrique había despertado con fiebre muy alta.
Por otra parte, nos habla del tío Bolín, quien es todo un personaje. Este, para ganarse la vida, anda por las calles ofreciendo su mercancía, la cual lleva colgada encima y que incluye, entre otras cosas: destornilladores, cubetas y por supuesto, poncheras. Él pregona sus artículos para venta de una forma muy particular: recitando poemas. Uno de ellos dice así:
“Si compra su bacinilla
del color que usted prefiera,
le hará la vida sencilla
cuando sufra corredera”.
Y luego continúa…
Nunca olvide el colador,
los tengo en dos mil colores;
lleve uno y pague dos
y no sufra mal de amores.
Y es que este señor, quien a veces se quedaba cuidando a sus sobrinos, había aprendido a “conectar” sus pensamientos, y a “ordenar” sus palabras, para luego transformarlas en “poemas que al día siguiente vociferaba por las calles”.
En esta historia, nuestra escritora ha hecho algo similar: A través de ella, ha enlazado sentimientos y valores humanos como la solidaridad del tío Bolín, el amor de los niños a los animales, la entrega de una madre que tiene que luchar prácticamente sola por su familia, y el afecto de una vecina a quien, aunque el chisme la entretiene, está ahí cuando se le necesita para bajarle la fiebre a Enrique.
De igual manera, son insertadas dentro del cuento, de una forma sencilla y franca, situaciones sociales como un brote de dengue en el sector, de tal forma que el joven lector entienda y se concientice acerca del tema, a través de versos como los siguientes:
Si lo que quiere es bañarse
y el agua se le acabó,
compre pronto esta ponchera
que ando vendiendo yo.
Ya no tema a los mosquitos…
le echa al agua un clorito
y acabará con sus males.
Y todo este enrollo de fiebre, amenaza de dengue y ranas escondidas en cubos y coladores pasó un sábado, que para muchos es un día tranquilo. Lo bueno es que luego de tanta agitación, entre el agua fría de la madre para bajar la temperatura del niño, las advertencias de la vecina por los mosquitos del barrio, la hermanita tratando de ocultar y de atrapar a las ranas, y del tío practicando sus pregones del día siguiente; todo vuelve a la calma. Por fin, las ranas son descubiertas y Enrique sale en su defensa diciendo:
“— ¡No las maten, que las ranas se comen a los mosquitos!”
Farah Hallal nos cuenta una historia de aventuras infantiles para toda la familia. Nos muestra de manera fresca, las realidades que enfrentan ciudadanos comunes, en la lucha por la vida, sin pretensiones ni amonestaciones, y a la vez nos invita a ver la misma con los ojos bien abiertos, como los de un niño, o como los de los animalitos protagonistas de este cuento, cualquier día de la semana.
Y es que al leer las páginas de este libro, “ustedes sabrán por qué nunca antes las ranas y los sábados estuvieron más juntos ni se llevaron tan bien.”