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Mi hija se está muriendo

Escrito por: Noé Zayas

Mi hija se está muriendo, de hecho ahora mismo la dejé en el hospital, llorando, pues no quería que me fuera y la dejara sola. Pero alguien tiene que salir a buscársela. Fui a visitar al gobernador, me aconsejaron que lo visitara, que él pudiera ayudarnos. Mi hija tiene una de esas enfermedades de la que poca gente se salva, es algo así como una anemia incurable. Fue difícil pero a la tercera mañana lo peché saliendo por la puerta trasera, tenía tres días esperándolo.

¿Y a qué hora es que llega el gobernador?

—Él no tiene horas de llegar —me dice su secretaria, mientras se lima las uñas.

—Ay mi amor, ayúdame en eso, que es una cosa urgente. Mi hija se está muriendo en el hospital y me dijeron que él puede…—

—Yo no puedo hacer nada. Siéntese. ¿Usted cogió su tique?

—Unjú. Tengo tres día cogiendo el número uno.

—Mire doña, no le diga esto a nadie, —me dijo el guardia, —pero si usted lo que quiere es ver al gobernador, espérelo por la puerta trasera, que es por donde él sale y entra. —Y así fue como lo pude ver, entrando por el patio.

—Gobernador, gobernador… ¡Ah, pero si es usted Juan de Dios!

—Mi doña, ¿y cómo me le va? —lo dice como si se acordara bien de mí.

—Bien, la que está mal es María, la más chiquita de casa, está muy mala. Yo quiero que usted me ayude. Hágalo por la memoria de su madre —me miró a la cara y hasta se le nublaron los ojos. Eso de apelar a la madre conmueve hasta a las piedras—.

—¡No me diga! Mire, no se preocupe, que aquí en la gobernación no hay ni un chele, pero eso yo se lo resuelvo    —me dice esto dándome una palmadita en la espalda.

Lo esperamos una semana. Yo le juraba a los doctores que esa ayuda iba a llegar, que me tuvieran paciencia con la niña, que no me la despacharan a morirse en la casa, que el gobernador era de una buena familia, que nos conocíamos, y él no iba a jugar con eso de la gravedad de Mariíta. Pero qué va, los políticos son actores crueles, y se olvidó pronto de nosotras. Luego me envió la caja fúnebre y una funda de café con cinco libras de azúcar. Me dieron ganas de botarla, ¿pero con qué iba a enterrar a Mariíta?