Escrito por: Dinorah Coronado
—¡Mira, Wendy, se cae Hansel! —me gritó mamá.
Hansel es mi único hermano. Acaba de cumplir dos años: es el ciclón de la casa. Cuando nació, me sentía feliz. Tenía los buchitos rosados y la cabecita pelada. Yo le hacía gracias, le narraba cuentos y le cantaba en mis momentos de ocio.
Hansel parecía contento. Levantaba los brazos y pies, y reía, reía. Era mi muñequito juguetón.
Pero ahora sus travesuras me molestan y me asustan. A veces sube a la mesa, raya todos los papeles de papá y toca el piano con los pies. Después de bailar y aplaudir, dice:
—Caí, caí, por decir: »Me caigo».
Entonces lo bajo de la mesa, y le doy su libreta y nos sentamos a dibujar caracolitos, mientras le canto:
—Caracolito de la mar, que te quedaste sin bailar.
Él se ríe, toma el lápiz y dibuja varios caracolitos. Luego hago una casita con su puerta. Hansel toca la hoja con sus puñitos y exclama: ¡Tum, tum!
Por último, me dice »babua», o sea, agua. Yo sé que se refiere al pez en el agua. Pinto un pez rojo y le canto:
El pez colorado nada en el agua, tiene cuatro aletas y escamas doradas.
Después me quita el lápiz, sin decir permiso, y sigue escribiendo garabatos en el papel. Cuando se cansa, se tira al piso. Saca los carritos y camiones de la caja y los pone a correr diciendo:
—Brum, brum, brum.
Entre tanto, yo peino a Elsy, mi muñeca trigueña y la visto con su traje nuevo. Hansel le hala el pelo y la despeina.
Al escuchar mis gritos, mamá acude en seguida y se lo lleva a la cocina, donde juega con unas ollas metálicas, hasta que el alboroto atrae la atención de mamá nuevamente.
Mientras Hansel juega, yo les cuento mis penas a Elsy y a Repollito:
—Estoy tan triste… Si no fuera por ustedes, la vida mía sería más difícil. Mamá era mi mejor compañera antes. Ahora dedica todo el tiempo a Hansel y a las tareas del hogar…
Luego mamá sienta al bebé en el piso. Le da tres vasos y dos cubos con agua. ¡Qué paciencia tiene mamá! Entonces viene a mí, me abraza y dice:
—Vete a pasear las muñecas con Diana. Sólo un ratito, no tardes.
Diana y yo vestimos, peinamos y alimentamos nuestras bellas muñecas. Luego saltamos la cuerda en el patio. Tenemos seis años y vamos a la misma escuela; ella es risueña y alegre. Tiene dos hermanas mayores que la entretienen, no un hermanito tan travieso como yo.
A veces pienso que es divertido tener un hermanito lindo y juguetón como Hansel, siempre y cuando me deje tranquila por un momento. Hansel es muy parecido a mí. Sonríe y mira tan gracioso como yo. El sábado por la noche, cenamos todos juntos. Sentamos a Hansel en su propia silla y le dimos pedacitos de frutas. Se distrajo comiendo y regando cosas en el piso. Papá y mamá me dieron las gracias por ayudar al bebé:
—Wendy, agradecemos mucho tu dedicación a Hansel. Le cantas, pintas, tocas maracas, le narras cuentos…, eres una buena hermana —dijo mamá.
—No obstante, entendemos que tú también necesitas atención y amor para seguir siendo alegre y cariñosa —comentó papá.
A partir de ese día, papá y yo jugamos volibol en el parque. Mamá monta a Hansel en el columpio.
Luego nos subimos todos al carrusel. Los caballitos suben y bajan, al compás de una marcha musical.
—Aserrín, aserrán, los maderos de San Juan, piden queso, piden pan —cantamos Hansel y yo, a todas voces.