Las vacaciones de verano son estupendas. Me dan la oportunidad de hacer muchas cosas nuevas y diferentes. Puedo ir donde mi abuela unos días y allá me divierto mucho. A mi abuela le gusta mucho estar conmigo y a mí con ella. Sobre todo, porque sabe escuchar. No usa mucho la tecnología y por eso siempre tiene los oídos atentos.
—Federico, me parece que estás mucho más grande cada vez que vienes —me dice ella después de responderme la bendición.
Yo me miro de arriba abajo, ¿a ver, cómo ella sabe que he crecido y no me noto nada diferente? De hecho, la única cosa que me demuestra que he crecido es que llega un momento en que la ropa ya no me sirve.
—Es la ropa que se encoge abuela —le digo finalmente.
El único problema entre la abuela y yo es que no me gusta cortarme el cabello en verano. Me lo dejo crecer todo alborotado y a ella no le gusta. Por las mañanas me los aplasta con un montón de vaselina. Me deja la cabeza igual, pareciéndome a un osito de goma.
—Eres un morenito lindo —me dice—, pero no puedes ir por ahí igual a ese trol con el que juegas.
Por suerte solo iba a estar un poco con la abuela. Cuando mi mamá me dejó con ella, me dijo que me daría una sorpresa al regresar. El día que mami volvió me dijo que, como ya había estado con la abuela en las vacaciones de diciembre y como me había portado muy bien, excepto por lo del cabello, y mis notas eran muy buenas, me llevaría unos cuantos días a un campamento de verano que estaba organizando mi tía Angélica.
«Excelente», pensé. Mi tía Angélica me deja hacer muchas cosas, además también sabe escucharme. Era domingo y no podía esperar a que llegara el lunes.
Al otro día -cuando salimos de la casa- yo iba muy contento, hasta que vi que llevábamos la misma ruta que hacíamos todos los días para ir al colegio.
—Mami, ¿y no es al campamento de tía Angélica que vamos?
—Sí mi amor, ¿por qué?
—Llevamos la misma ruta del colegio…
—¡Claro! El campamento es en tu colegio. Pero ahora solo vamos a ver las instalaciones; el campamento empieza mañana.
No le dije nada a mami, pero sentía que no iba a encontrar nada nuevo en el mismo colegio de siempre y, además, esas maestras nunca escuchan bien lo que uno les dice. Siempre están distraídas con la tecnología.
Llegamos y nos recibió la directora, su cara igual que cada mañana, una ceja levantada y otra bajita, una mejilla más roja que otra y una oreja con arete y la otra sin nada.
Nos abrazó con mucho cariño y, por lo primero que preguntó mi mamá, fue por la tía Angélica.
—Ella ya organizó y decoró; ya no vuelve hasta que inicien las clases.
«Me van a controlar», pensé. Me puse triste y las dos lo notaron. Entonces, para animarme, la directora comenzó a decirnos todas las cosas interesantes que tendría el campamento:
—Vamos a tener un menú especial en la cafetería, como el Ministerio de Educación quiere promover la obesidad en los niños, solo tendremos pan integral y jugo de remolacha para merendar…
—Será prevenir la obesidad… —corrigió mami.
—¿Y yo qué dije?
—Promover la obesidad —dije yo.
—¡Ay! Sí, perdón. Hoy mismo tendremos una visita especial; un autor de apellido Quijote leerá su libro llamado: Don Cervantes de la ‘Macha’, luego, vendrán los bomberos a enseñar cómo hacer un fuego…. ¿era eso?…. Bueno… luego llevaremos a los niños a bañarse en nuestra piscina.
—¡Qué bien! —dijo mami. Luego le pidió ver la decoración del colegio para ver qué tan bonito estaba y cómo lo había hecho su hermana.
En los pasillos todo estaba muy bonito. Llegamos al salón de actos que sería donde pasaríamos el campamento y, al llegar la subdirectora, le dijo a mi mamá lo que íbamos a hacer:
—Para cuidar la gordura de los chicos, les daremos pan con mantequilla de maní y jugo de zanahoria, vendrá un autor de apellido Sancho a leer su libro: La mancha de Dulcinea, luego vendrán los bombarderos… digo los bomberos a apagar un fuego… ¿era eso?… bueno… luego iremos a un río, creo.
Mi mami arrugó la cara. Luego salimos a esperar a papi. Cuando llegó, mami le contó todo lo del campamento:
—¡La directora y la subdirectora tienen todo controlado! Les darán hamburguesas de pescado para que no engorden, un autor de nombre Mancha les leerá el libro Don bigote de la cara, después los bomberos encenderán una fogata y, al final, los llevarán a la playa. ¿No es fantástico?
Mi papi puso una cara extraña. Y, mientras guardaba su celular, mami agregó:
—No te preocupes, las escuché muy bien.