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La mariposa y la araña

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Hace mucho tiempo, en un hermoso jardín, nació Sarimar, una mariposa muy particular. Ella no era igual que las demás, algo no estaba bien. Mientras el resto de sus hermanas se divertían revoloteando de flor en flor, aspirando su perfume y bebiendo de su néctar, Sarimar se quedaba aburrida, confinada en el árbol que era su hogar. Estaba limitada a esperar los alimentos y las noticias que sus hermanas traían a casa al finalizar cada día.

 

Muchas veces en su soledad, por no poder tener una vida normal como el resto de los insectos del jardín, Sarimar solía llorar desconsoladamente.

Hasta que un buen día, se mudó en el árbol de al lado, una araña muy amistosa. Sin ánimo de querer espiar, la arañita vio a la mariposa llorar.  Y ya no pudo aguantar la curiosidad, así que no resistió y fue a investigar.

 

—Hola amiga mariposa, mi nombre es Arana. Soy tu nueva vecina, y como te vi algo sola, quise venir a hacerte un poco de compañía.

 

—Muy gentil de tu parte, gracias.

 

—¿No me vas a decir tu nombre?

 

—Mi nombre es Sarimar.

 

—Qué lindo nombre, ¿Quién te lo puso?

 

—Fue idea de una de mis hermanas. Significa «salir a contemplar el mar». Ellas dicen que el mar, es de color azul, como el cielo, y que tiene olas que vienen y van, y bajo sus aguas viven unos animalitos que se llaman peces.

—¡Guao! ¡Qué chévere suena todo eso!

 

—¡Sí! ¿verdad?, yo pienso lo mismo.

 

—Sarimar, ya que somos amigas, ¿te puedo preguntar una cosa?

 

—Claro dime de qué se trata.

 

—Quisiera saber, ¿a qué se debe tu tristeza?

 

—¿Triste yo? ¡Para nada! ¿Qué te hace pensar que estoy triste?

 

—Es que te he visto llorar, y dicen por ahí que quien llora es porque algo triste le pasa.

 

—Te equivocas, viste mal, debió ser que me cayó alguna paja en el ojo.

 

—¿Una quééé? ¿Crees que soy tonta? ¡Nada de eso! ¡No caen siete pajas en un ojo consecutivamente, una por cada día de la semana! Además, tengo de testigo a las flores que se bañan con tus lágrimas.

 

—No seas tan metiche… ni siquiera me conoces. Apenas te mudas y ya estás llevando la vida ajena.

 

 

—Tranquila chica, no me tienes que ofender. No lo hice con mala intención, yo solo quería ayudar y mira cómo me tratas.

 

—No veo cómo me podrías ayudar, si incluso eres hasta más pequeña que yo.

 

—Es un error subestimar a los demás, ¿sabías eso?

 

—No creo que alguien pueda ayudarme. Padezco un mal de nacimiento, solo un milagro de Dios podría cambiar las cosas.

 

—Quizás Dios me ha enviado para ayudarte.

 

—Eso no es posible. ¿No te has dado cuenta de que mi problema es que me falta un ala?

 

—Pues no me había fijado. Lo que me llamó la atención de ti fueron tus ojos tristes, llenos de lágrimas. Además como te vi de perfil, no lo noté y para que veas, creo que te puedo ayudar.

—¿Me lo aseguras?

 

—¡Por supuesto que sí!

 

—¿Y cómo es que piensas ayudarme?

 

—Pues nosotras las arañitas, somos expertas tejedoras, ¡así que te tejeré el ala que te hace falta!

 

Fue de esta manera como Arana, la araña, le tejió un ala especial a su vecina y esta pudo volar por todo el jardín, jugar con sus hermanas, revolotear entre las flores, beber de su néctar, visitar el inmenso mar y llevar una vida normal, y jamás se la volvió a ver llorar. Desde entonces Sarimar, la mariposa, y Arana, la araña, fueron amigas por siempre.