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La funda de los cuentos

Escrito por: Cuento popular de Camboya

Al pequeño príncipe Tulio le encantaban los cuentos. Tanto que su padre, el rey, contrató a un viejo y famoso contador de cuentos para que cada noche, antes de dormir, le contara uno diferente.

Delante de sus amigos, Tulio presumía de todas las historias que escuchaba, pero cuando ellos le pedían que se las contara, Tulio se negaba. ¡No tenía ningún interés en compartirlas!

Lo que Tulio no sabía era que, día tras día, los cuentos que el viejo contaba se iban acumulando en una bolsa escondida en la habitación. «¡Qué lástima! —pensaba el hombre—. Todos mis cuentos quedarán allí, y ya nunca nadie los volverá a escuchar…»

Los años pasaron, Tulio creció, se metió en amores con una princesa del país vecino y, al tiempo, decidieron casarse. Por supuesto, se organizó una gran fiesta.

La noche anterior, el viejito entró al dormitorio de Tulio para sacar sus cosas, oyó unas voces muy raras. Eran los cuentos, que charlaban dentro de la funda.

—Mañana se casa y nosotros vamos a quedar atrapados aquí. ¡No es justo! —se quejaba el cuento del gallo cantor.

—Debió habernos contado a sus amigos, el muy egoísta— opinó el cuento del oso.

—¡Juro que me vengaré! —rugió el cuento del mago—. Cuando mañana Tulio vaya a su fiesta de boda, sentirá sed. Entonces yo me convertiré en un arroyo de agua fresca, él beberá y de inmediato le dará diarrea.

—¡Sí, sí! —gritó entusiasmado otro—. Y yo me convertiré en una sandía deliciosa. Pero cuando me coma, tendrá un dolor de cabeza insoportable.

—Pues yo me transformaré en serpiente y lo morderé —explicó el cuento de la selva—. Le dolerá tanto que no va a parar de gritar.

El viejo salió de la habitación asustado, y a la mañana siguiente, cuando Tulio partía del palacio montado en su elefante, le pidió que lo llevara con él. Y se fueron juntos.

Al rato, el muchacho dijo «Tengo sed», y señaló un arroyo que había aparecido en el camino.

—¡Oh, no, no podemos detenernos! —dijo el viejo—. ¡No hay tiempo, la princesa se enojará si llegamos tarde!

Un par de horas después encontraron un campo lleno de sandías.

—¡Tengo mucha sed! —se quejó Tulio de nuevo—. Paremos a comer una sandía.

—¡No, príncipe! —contestó el viejo—. Todos los invitados esperan. Beberemos al llegar.

Más tarde, ya en la fiesta, el anciano estuvo vigilando porque todavía faltaba que apareciera la serpiente. Pero no apareció.

Amanecía cuando los novios decidieron ir a dormir; entraron a su cuarto y cerraron la puerta… que se abrió de repente para dar paso al anciano que, sin decir nada, destapó la cama de un tirón. Allí estaba la serpiente. El hombre la tomó por el cogote y la arrojó por la ventana.

El príncipe, blanco del susto, preguntó:

—¿Cómo supiste que había una serpiente?

El anciano le contó la conversación que había escuchado, y el enojo de los cuentos.

—Creo que no debieron atacarte —le dijo—; pero también es cierto, príncipe, que los cuentos que no se cuentan, mueren, Y ellos tenían miedo de que eso pasara.

Desde entonces, Tulio comenzó a contar cuentos a su mujer y a los amigos. Después también se los contó a sus hijos y a sus nietos, que se los contaron a sus amigos y a sus hijos. Y así, los cuentos fueron saliendo de la bolsa, pasando de boca en boca, durante muchísimos años.

Y todavía la gente los sigue contando. Yo lo sé porque lo he visto. Y porque yo soy uno de los cuentos que estuvieron guardados en la bolsa.

 

FIN