Escrito por: Raúl Pérez
Existen dos tipos de comportamientos. Uno es el que rehúye los compromisos y el otro es el que le da el frente sin evadirlos.
En ambos situaciones las actitudes varían si de por medio existen deudas comprometedoras, que acentúan intentos de evasivas.
Un recurso de aparente y falsa solución es el préstamo con una entidad informal o el clásico prestamista que sabe apretar al ‘cliente’.
Otro compromiso es la asistencia «por compromiso» con otra persona a un restaurant.
Por su naturaleza misma, el escenario y los derivados «normales», pueden complicar la invitación que debe pagarse bajo precariedad de recursos.
Entre los complementos figuran la bebida, la «entrada», el postre, la propina, el café y el parqueo o el taxi.
Quien invita no estabiliza sus nervios. El «apuro» que se traduce en mover los dedos sin cesar, la punta de los zapatos, o una prolongada mirada al menú. Los nervios también obligan a reducir el tiempo de la bebida, por la tentación de que se pida «la otra» botella.
Muchos compromisos y mucho sueño
Para quienes asumen muchos compromisos de trabajo durante el día y al caer la noche, la situación se complica con la emergencia de un sueño agravado con bostezos recurrentes. La lucidez mental entra en precariedad expresada con apelar a un «barajeo» con lo primero que se presente: ir a la nevera, ver un periódico, la televisión o internet, llamar por teléfono, u otra excusa que induce a dejar el trabajo «para el día siguiente». Cuando se genera el hábito de abusar del esfuerzo o la concentración en trabajos extensos para corto tiempo, la impuntualidad deriva en costumbre. Cosa que afecta la imagen del personaje.
Cuando se daña el carro
El que se daña puede ser propio o uno público del transporte urbano.
Si es del transporte urbano, tras preguntar de qué se trata, la ocurrencia inmediata es tratar de ayudar al chofer empujando el vehículo si hace falta.
Si el fallo es «de consideración» el chofer devuelve el dinero y pide a los pasajeros que se monten en otro carro.
Cuando el carro se le daña al dueño, la primera reacción es de impotencia y de un estimado relámpago de las gestiones pendientes, comenzando por las inaplazables que obligan a dejar el carro donde se dañó.
Cuando no se sabe absolutamente nada de mecánica, se pregunta a algún pariente, amigo, o se llama a un mecánico para consultarle.
Si el percance es sencillo, como la batería, se apela al amigo, o hasta un chofer que transita, para que le haga el favor de prestarle «los cables».
Si se trata de algo más sencillo, como una goma «ponchada», si hay la respuesta está en el baúl, resolver es breve. Pero si para colmo, la propia goma de repuesto también está ponchada, no hay de otra que salir a buscar la solución que por sencilla no deja de ser generar apuro ante quien se pide «un favorcito».