Escrito por: Farah Hallal
La era de piedra en ‘Erredé’
La muerte se puso ropita de quinceañera, en un hecho al extremo macabro que ha movilizado a todo el vivo. Una zozobra que tiene como personaje principal de este sangriento relato a Marlon Martínez, un joven disponible para abusar de una menor de edad, Emely Peguero, pero no para hacerse responsable: mejor romperle la cabeza y perforarle la vida. A ella, al feto y a toda la nación. La intervención de un aborto ilegal se convirtió en un monstruo de siete cabezas.
Las niñas, cuya revolución hormonal se desata más tarde o más temprano, son –en la pre adolescencia– presas fáciles para hacer pasar por consensuado un abuso emocional, psicológico, sexual, etc. Hombres de sobrada experiencia y malicia las seducen con ofrecimientos y/o regalos, haciéndoles creer que es amor lo que no es más que un abuso.
En ocasiones, en lugares de extrema pobreza y con frecuencia rurales, es la misma familia de la niña o jovencita la que ve en un abusador la oportunidad de mejorarle la vida. Cuando «casan» a una adolescente lo que sucede, realmente, es que la entregan con toda libertad para que viva un infierno donde, en el mejor de los casos, no tendrá ninguna oportunidad de desarrollarse. En otros casos, ellas se van por encima de quien sea.
De estos hechos, hay cómplices invisibles que nadie se atreve a nombrar. Hoy menciono dos. A quienes deben votar por las leyes que garanticen la protección, seguridad y autonomía de las mujeres, por ejemplo; pues de los diputados dominicanos, 84 prefieren la muerte de la futura madre que la interrupción de un embarazo que amenaza sus vidas. ¿Mensaje? La mujer no vale un chele. Por lo menos 63 rechazaron penalizar el aborto. Algo es algo.
Y hay cómplices más invisibles: la Real Academia Española (RAE). Mira tú: ayer mismo corregía un texto que me dio muchísimo trabajo porque la utilización de los artículos «los y las» (como recurso de lenguaje inclusivo) no se admite. Yo andaba buscándole la vuelta a las palabras para usar de una manera adecuada el lenguaje inclusivo. Pero la RAE me aclaró: «Así, los alumnos es la única forma correcta de referirse a un grupo mixto, aunque el número de alumnas sea superior al de alumnos varones». ¡Aja! ¿No me diga?
Entonces la niña se hace invisible en el aula. Y se hace invisible en el hogar. Cualquier ejercicio de libertad que una mujer haga, encuentra una pared de fuego negada a aceptar que tiene autoridad sobre su cuerpo, sobre los lugares en los que decide estar, sobre la compañía que elige, sobre la ropa que usa, sobre la carrera que estudia, sobre las hijas e hijos que desee tener. Ma´ bueno que e´ así.
Después de vivir la experiencia del asesinato de mi hermano, en 2014, yo pensaba que nada más cruel, inhumano e inmerecido podría sucederle a alguien. Y mira tú, que estos criminales me han puesto a mirar en perspectiva. Pero no solo esa madre y ese hijo asesino tienen la culpa. Porque la violencia machista está presente en las canciones que denigran, en las costumbres del hogar, en la escuela que nos educa, en las palabras con las que nos expresamos y en los hombres que nos silban.