Escrito por: Josefina Jiménez C.
Una fría noche de invierno, el viejo gallo Celestino escucha un gran ruido, mucho movimiento entre los pastores que cuidaban el rebaño que descansaba en el establo donde se encontraba el palo en que él dormía todos los días.
De repente, Celestino siente que todos van saliendo, pero nota que todavía es muy noche, no ha amanecido aún.
Mueve sus alas y se acerca al lugar donde están dos ovejas con las cuales conversa cada noche antes de dormir.
– ¿Qué pasa? -Pregunta preocupado.
– ¡Vamos a Belén! -Respondió una de las ovejas, emocionada.
¡Un ángel nos ha avisado que el Mesías ya nació!
¡Todos vamos corriendo a adorarle!
– ¡Espérame, yo voy también! -Gritó Celestino.
– ¿Cómo que te vas? -Preguntó la oveja-. ¡No puedes hacer eso! ¿Quién avisará al pueblo que nació el Mesías?
– ¡Tienes razón! -Respondió Celestino.
-Gritaré con fuerza: ¡Nació el Salvador! ¡Nació el Salvador! ¡Llegó el Mesías!
Después de esta conversación, todos se fueron a buscar al Niño Jesús, lo buscaron y buscaron hasta encontrarlo en un pesebre envuelto en pañales, como les dijo el ángel, sobre una cuna de pajas.
Al amanecer, toda la comunidad escuchaba sorprendida y se preguntaban unos a otros: ¿Qué tendrá el gallo Celestino? Su canto hoy es diferente. ¡Su voz es una melodía!
Celestino los miraba y repetía en su quiquiriquiar: ¡Nació el Mesías! ¡Nació el Salvador!
Horas más tarde, los pastores anunciaron a los demás la noticia: ¡Ha nacido el Mesías!
Todos comentaron: ¡Ese era el mensaje que nos daba Celestino!