Autor: Folclore Noruego
En una Nochebuena, en pleno invierno, el lago de la comarca estaba helado. El pueblo quedaba a un extremo de este lago y al otro, una casucha habitada por gente pobre.
— Querido, ¿no vas a poner siquiera una gavilla de trigo para los pajaritos, hoy que es Día del Señor?
—dijo la esposa de uno de los más ricos del pueblo.
— ¡Mira! En esa miserable choza del otro lado del lago, han puesto una gavilla en el tejado —volvió a decir ella, al no lograr respuesta de su marido.
— ¡Déjate de tonterías! ¿Voy a darme el lujo de tirar a los gorriones el grano que Dios nos da? —contestó él.
— ¡Tú lo has dicho! —exclamó la esposa—. El grano de Dios. También los gorriones fueron creados por él.
— ¡Basta ya de chifladuras! Ponte a hacer el pan para la fiesta de hoy y procura que el jamón sea abundante. ¿Qué nos importan los gorriones?
En contraste, en el techo de la casucha humilde del otro lado del lago, había abundancia de granos y los hambrientos pajarillos se dieron un magnífico banquete.
—Con el grano de esta gavilla que pusimos en el techo —dijo la mujer pobre a su marido—, habríamos hecho ricos bollitos para dar a los niños esta noche.
—¿No sabes que el caritativo es rico? —reprochó el marido.
—Pero no me parece sensato dejar que los pájaros se coman nuestro pan —murmuró ella.
—Da lo mismo que sean animales o seres humanos —replicó el marido—; el objetivo es dar de comer al hambriento. Además, tengo unas monedas ahorradas y pueden ir los niños a comprar leche y bizcochos al pueblo.
—¿Y si los atacan los lobos hambrientos?
—Yo daré a Luisito mi bastón de roble para su defensa.
Luis y su hermanita Ruth partieron rumbo al pueblo. Al regreso, vieron que algo se movía en la oscuridad. Era un lobo. El animal se acercó a los niños aullando de hambre, pero por su mirada se notaba que no mostraba malas intenciones. Era una loba y parecía decirles: “Denme un poco de pan, que mis hijitos se mueren de hambre”.
—Te daremos bizcocho. Nosotros comeremos pan duro —dijo Ruth, uniendo la acción a la palabra.
Y la pobre loba se marchó contenta con el bizcocho para sus hijitos.
Pero, a poco, los niños volvieron a oír pasos. Esta vez era un oso. En su triste mirada y en el modo lastimero de gruñir, comprendieron que pedía leche. Le dieron la mitad de la leche y el oso se marchó tan agradecido como la loba.
Cuando llegaron a casa, los hermanitos contaron a sus padres lo sucedido. Los esposos se miraron en silencio. ¿Qué significaba el que sus hijos hubiesen mostrado caridad hacia los animales?
Cuando se sentaron a la mesa para comer el resto de las provisiones, vieron, con sorpresa, que el pan duro se convirtió en pan tierno y caliente y que la leche no disminuía. Comprendieron que era un milagro y, postrados de hinojos, dieron gracias al Señor.
Aquella familia cristiana y humilde, siguió viviendo feliz, porque tenía abundante leche y pan tierno, que compartía con los necesitados.