Escrito por: Leibi Ng
La doña que rifaba cubrecamas, la joven que te ofrecía dos números de la lista por el precio de uno, para que te ganaras un juego de tazas de 6 piezas; los que llevaban sanes… ¡Hasta las quinielas y billetes de la Lotería Nacional! Todo se pierde en el pasado frente a la realidad aplastante de que en nuestro país hay más de sesenta mil bancas de apuestas y lotería y más de 1,386 bancas deportivas, operando por todo el mapa y en las cuales se mueven alrededor de SEIS MIL MILLONES DE PESOS ANUALES, moviliza unos 5,544 puestos de trabajo, y otros dos mil de manera indirecta, y no se sabe cuánto mueve en publicidad.
LO MUCHO HASTA DIOS LO VE
Hemos leído que las bancas le ganaron la carrera al Gobierno, pero para nuestra cuenta, el Gobierno fue la liebre que se acostó convencida de que estaba ganada la carrera, y la tortuga le pasó por el lado mientras roncaba debajo de un árbol.
En lugar de centros tecnológicos, clubes culturales, bibliotecas, casas de cultura, clubes deportivos, que era lo que de toda la vida se proyectaba en los barrios, las bancas de lotería y apuestas, más las modernas bancas deportivas, exclusivas estas últimas para apostar en los juegos nacionales e internacionales; se han instalado hasta en el más apartado rincón del país con su carga de pesadumbre al jugar con la esperanza de quienes escarban los chelitos tentando a la suerte.
Pero como todo lo malo tiene algo bueno, se resalta la tremenda logística implementada por los banqueritos (si se nos permite la licencia), que se han regado con más eficiencia que los puestos de empanadas con carritos de chimichurris. Así también la alucinante cantidad de dinero que mueven en publicidad y en varios renglones.
No hay carretera donde a intervalos, no se interconecten las casitas destinadas a estos fines. Solo requieren una garita como quien dice, una empleada con bajo sueldo, un teléfono, una registradora y los billetes donde se marcan las elecciones de los clientes.
Es verdad que tienen mucho por donde cortar, porque se suponen una vía franca para el lavado de dinero, cosa que hay que probar, por supuesto y quienes lo hacen no son ángeles, pero tampoco tontos.
El padre Francisco Xavier Billini, fundador de la Lotería Nacional, jamás en su vida eterna pensó que el negocio se iba a diversificar de esta forma con la grandísima pena de que ese dinero no va a las instituciones sociales de salud ni de beneficencia, sino a engrosar los bolsillos de quienes probablemente no tienen ni una cajita fuerte más para llenar y tienen que salir a comprarla.
Queda el reto de aprender de los errores. Si inteligencia es adaptación, ¿por qué no aprovechar esa logística, estudiarla y tratar de implementarla para llevar a cabo las verdaderas necesidades del pueblo como dispensarios médicos, centros culturales, bibliotecas, centros tecnológicos, etc.?
Todo aquello que conduzca a la juventud y a los ciudadanos que lo ameriten a formarse para oficios y trabajos necesarios en lugar de estar apostando a ese juego tonto de lo fortuito en que se traducen los juegos de azar, que ya la sabiduría popular sentenció: «El que juega por necesidad, pierde por obligación», porque cuando te vienes a sacar algo, ya lo has perdido multiplicado.
¿O seguiremos mandando señales de humo en lugar de WhatsApp?