Escrito por: Farah Hallal
Nada parece ser más agobiante para quienes comemos bien todos los días que no comer a nuestro antojo un día cualquiera. Pero, ¿ha pensado usted en la gente que vive en los bateyes? Este espacio de cuestionable dinamismo económico no se parece a nada de lo que se imagina la mayoría. Siempre digo que la pobreza se hereda como la riqueza. Pero su altivez es contraria.
Los descendientes de esclavos (en el Caribe somos la mayoría por más que nuestro deseo de ´purificar la raza´ patalee), siguen arrastrando la cadena perpetua de la pobreza, la ignorancia y la desigualdad en todas sus formas. Y los bateyes presentan un cuadro salpicado de marginalidad: niñas casadas porque creen estar enamoradas de quien en verdad las abusó por la aparente honorable ruta de la seducción o porque su propia familia las estimula a ello para que dejen de pasar hambre. Aprenda a restar: una boca menos es una boca menos. Que regresa herida con algunas bocas más (hijos) cuando se da cuenta del trabajo que pasa una niña concubina de un hombre machista y sin educación (el 99%). Entonces multiplicada, deprimida y más pobre que cuando se fue, esta niña regresa a la casa materna. Y la historia de pobreza, marginalidad, violencia se repite elevada al cubo.
Sin embargo, hay otro grupo, estudiantes de un curso de escritura con quienes tuve el privilegio de trabajar recientemente, que ha demostrado un interés extraordinario por educarse. Esto, vale observar que con todo en contra: madres que no tienen ni qué echarle a sus peques en la boca, siguen manifestando el deseo de estudiar, de «hacerse profesionales para tener un futuro mejor». De este grupo, tres quieren ser profesores de matemáticas. Y una de ellas estudia Derecho. No sé cómo ella puede salir de un batey para asistir a una universidad ni cómo compra sus libros o come. Solo coger un motor para dejar atrás su batey, le cuesta 200 pesos. Y la vuelta también 200 pesos. Y además, la guagua para ir a estudiar y volver. Los números no me dan, pero esta chica lo está haciendo. Otra vende dulces para terminar la escuela. Porque la dejó muy jovencita.
Entonces ellos van como la canción «Despacito» de Luis Fonsi. Tratando de remediar «poquito a poquito» los siglos de opresión histórica que los bateyes trasfunden como pintas de sangre. Cuando uno imagina que un Estado debe trabajar con estas comunidades para generar riqueza, garantizar salud y educación, pero uno descubre que un Estado, encima, les priva de documentación, es como un tiro de gracia. Y eso es muy triste. Porque uno se da cuenta de que no se ha analizado bien el problema ni advertido las consecuencias. Por suerte, estas chicas y chicos que conocí están avanzando, «suave-suavecito» y la voluntad que me demostraron no deja lugar a dudas: seguirán caminando en busca de verse en un lugar mejor.