Escrito por: Raúl Pérez
El síndrome o ancestral costumbre del armario
A los dominicanos desde tiempo atrás nos gusta guardar. Puede decirse que una alta proporción está afectada por el síndrome del armario.
O sea, que tiene la tendencia de guardar cosas útiles para una eventual necesidad.
También se guardan cosas no útiles “per se”, pero que entrañan algún recuerdo o nostalgia imborrable.
De hecho la tendencia a guardar es de todos los humanos en la órbita terrestre.
Todo lo que signifique un recuerdo malo o bueno califica para ser “guardable”.
La “sillita” o “mecedora” pequeña de la infancia, son siempre objetos de perdurables recuerdos.
Cada momento importante en la individualidad, en cualquier edad, o la intimidad de cada quien, así como en su vida social, tendrá siempre objetos materiales que lo simbolicen, dignos de retenerlos en la memoria.
Estos entes tangibles, incluso las fotografías o imágenes videográficas, son siempre motivos de gratos recuerdos que se quieren mantener mediante la conservación del objeto.
En las plantas físicas familiares, de trabajo u oficinas, que la tecnología dejó atrás, como el sócalo o el llavero de cadenita, que de alguna manera se conservan por evocar el viejo barrio o el techo de “otros tiempos”.
Especial importancia damos a las publicaciones y a las grabaciones musicales. Todos los “pasado-meridiano” “guardamos” en la memoria himnos de la época” escolar, de las madres, etc.
De comparable acento, la adolescencia marca momentos, trances y relaciones bilaterales, escolares y comunitarias, que de alguna manera quedan simbolizadas.
Un recurrente ejemplo es el tema musical “Mi calle triste”. Dicho tema expresa en alguno de sus versos: “Esa calle al final tiene su nombre”, grabado por Primitivo Santos y su orquesta, bajo la interpretación de Camboy Estévez.
No es que cada quien tiene su tema a recordar, por cualquier razón, siempre aplica una pregunta al revés: “¿Y quién no tiene un tema para recordar?”.
Un poco hacia atrás en el reloj del tiempo, todos recuerdan que sus padres, evocaban momentos especiales cuando decían: “Vieja, ¡Oye que pieza!”