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Conociendo a Elsa Núñez

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El mes de marzo, a propósito del Día Internacional de la Mujer Trabajadora –conmemorado el pasado día 8–, late en nuestro semanario, honrando el trabajo valioso de las artistas dominicanas. Esta semana celebramos la vida y la obra de nuestra pintora Elsa Núñez, cuyas pinturas han sido exhibidas en las más prestigiosas salas. En Erredé y fuera del país: en el 1972, junto a su esposo Ángel Haché (1943-2016), fue meritoria de una beca otorgada por la UNESCO para cursar un posgrado en Madrid, España. De allí, el resto es historia.

 

La primera vez que vi en persona a Elsa Núñez, yo era un «pinito nuevo». Como estudiante de Artes Gráficas y Publicitarias, debía entrevistar a una pintora dominicana. Y, bueno, la elegí a ella. Y lo más lejos que yo tenía en aquella época, era su naturaleza amable. Su obra me llevó siempre por una ruta donde la mujer se resitúa. El semblante que no me deja saber si la mujer goza de una paz extraordinaria o simplemente –a ojos medio cerrados– se derrumba por dentro, conmueve mi sensibilidad.

 

En la fecha acordada, me recibió en su casa. Y eso me pareció más raro todavía. Y respondió con gran paciencia y amabilidad a todas mis preguntas, y al final hizo un comentario que nunca olvidé: «me han hecho muchas entrevistas en mi vida, de periodistas profesionales… pero tu entrevista ha sido muy buena». O algo así, dijo.
Ahora pienso que me vio el miedo en la cara. Quizá me temblaba la voz de la inseguridad. No sé. No sé. Pero jamás olvidé aquel encuentro donde me enseñó sus cuadros y me perdí (o encontré en ellos).

 

Siempre la vi junto a su esposo, Ángel Haché. Con quien compartí en el Cine Club de Arturo Rodríguez. Lamenté profundamente su fallecimiento. Tremendo artista también. No solo del pincel, también del teatro. Un beso para él: pues hablar de Elsa sin su Ángel, viene a ser un sinsentido.

 

Ha pasado el tiempo. Pero a ella, en la distancia, la he seguido viendo con la altura y esbeltez del obelisco que en 1997 fuera vestido por su pincel, dando vida a la obra «Las mariposas», inspirada en la heroicidad de las hermanas Mirabal. Y, como nací en Salcedo (sí, soy cibaeña y a mucha honra), esta obra de gran sensibilidad, me hizo sentir más unida a alguien con quien compartí poco, pero lo poco, fue memorable.

 

Yo no sabía que Elsa estudió filosofía. Eso explica muchas cosas. Su sensibilidad extrema, me hace sentir en sus piezas la fragilidad de la mujer y la contradicción de su fortaleza y resistencia, como flotando siempre en la belleza de la vida. Cuando la veo de lejos, en actividades, sin atreverme a saludarla como para no interrumpir su naturaleza etérea, la disfruto como si mirara un cuadro. Siento deseos de mandarla a enmarcar. No para aprisionarla, sino para retener su magia.