Escrito por: Raúl Pérez (Bacho)
Considerado uno de los acontecimientos en la humanidad de mayor impacto familiar y en los más cercanos círculos amistosos y sociales, la muerte es el crudo tope a la vida y la existencia humana que no se puede evitar en ningún país del mundo.
Independientemente de los avances científicos en la medicina, las fórmulas nutricionales y las prevenciones de todo tipo orientadas a la longevidad, tarde o temprano llega el día de la muerte, inexorablemente.
Le coge la noche, el mes, el año o la misma muerte a quien se proponga compendiar en un tomo, no importa su volumen, las peculiaridades culturales.
Las gamas culturas aplican en las características de lo que denominan “honras fúnebres”, según las tradiciones culturales en los diversos países y continentes.
Lo que llaman “velorio” o “velatorio” asume peculiaridades que difieren hasta en un mismo país o regiones.
En República Dominicana la industria de los ataúdes se mantiene discreta y satisface la demanda sin mayor espectacularidad en los diseños, guardando las dimensiones que impone la estatura o corpulencia de la persona fallecida.
La mortaja o vestidura que cubre el cadáver puede incluir peticiones personales de los fallecidos a sus familiares cercanos.
Es frecuente vestir a los hombres fallecidos con trajes oscuros y discretos, por lo general.
Los oficios o ceremonias en los velatorios todavía registran diferencias entre ciertas regiones y las ciudades, según la religión profesada por la persona fallecida o sus familiares más cercanos.
En las zonas rurales se mantienen ciertas tradiciones en los mortuorios que han ido desapareciendo en los centros urbanos.
Es costumbre campesina velar en la sala de la casa a las personas fallecidas, con la cabeza hacia la puerta de entrada.
Casi siempre el entierro se pauta unas 24 horas luego del fallecimiento.
La experiencia de los rezos ha registrado variaciones en las propias demarcaciones rurales, aunque se conservan particularidades como el “oficio” de rezar compensado con propinas.
No se sorprenda si en un velatorio le muestran debajo del altar la tacita en que el fallecido(a) tomaba café.
Las poblaciones circundantes del municipio de Duvergé al sur del país
ha conservado acentuadas tradiciones en los velatorios y en los 9 días posteriores, según Francisca Heredia conocedora de la cultura rural. Por ejemplo, recuerda que una de las peculiaridades en la preparación de un altar era la colocación de la cruz envuelta en un paño negro, el cual era llevado al noveno día a la tumba del fallecido(a).
Los rezos durante los nueve días eran de noche.
El duelo durante los 9 días era incompatible con música en la casa.
Al noveno día se celebraba la tradicional “vela” en la que se sacrificaba un becerro o una vaca, bajo ambiente de cuentos o de anécdotas del difunto.