Te doy estos ojos raídos
de dispensar lágrimas.
Estos hombros dislocados
por llevar a cuestas el alma.
Te doy estas piernas cansadas
para que recorras el camino en ellas.
Este vaivén en los labios
desbordando soles y quimeras.
Te doy el cúmulo de anhelos
tendidos en la mesa.
Las huellas que vuelven y
estampan mi nombre.
El temor que se posa en mi plato,
el cordel de huesos que sujetan tu cuerpo,
la vasija de la felicidad y
mi aliento que ya es nuestro.