Escrito por: Dinorah Coronado
Doña Mano tenía cinco hijos: Meñique, Anular, Mayor, Índice y Pulgar. Los niños se cubrían el pelo con sombreros y gorras deportivas.
Meñique usaba un sombrero de paja, con alas redondas.
Anular lucía una gorra de béisbol.
Mayor llevaba un enorme sombrero mejicano.
Índice se ponía un largo sombrero inglés.
Pulgar tenía un gorro de cocinero.
Así como se cubrían el pelo con sombreros multicolores, también disfrutaban sus pasatiempos favoritos.
Meñique entonaba canciones y recitaba poemas sobre el campo. Uno de ellos decía así:
»Semillitas vienen, semillitas van; plantitas brotan, frutos dan.
Raíz, tallo, hojas, flores y frutos; los recojo con mucho gusto».
Anular siempre se movía de un lado a otro, como si aparara una pelota imaginaria. Cuando pensaba que la había agarrado, cantaba:
»Es el beisbol mi juego favorito los invito a formar un equipo».
Mayor era otro cantante de la familia. Con su voz de tenor, solía entonar Quisqueya:
»No hay tierra tan hermosa como la mía, bañada por los mares de blanca espuma, parece una gaviota de blancas plumas, dormida en las orillas del ancho mar, Quisqueya la tierra de mis amores…
Índice les recordaba a sus hermanos que se portaran bien con los demás:
»Digamos gracias, permiso y saludo. Regalemos sonrisas a todo el mundo».
Pulgar era un experto cocinero. Su gorrito y delantal siempre lucían limpios, hacía tortillas de huevos, postres variados y jugos de cereza. Antes de sentarse a la mesa, les pedía a sus hermanos:
»Laven sus manos primero, coman alimentos sanos. ¡Cuiden su salud, hermanos!»
Doña Mano movía su collar con mucha gracia. Estaba orgullosa de sus hijos, laboriosos y alegres. Al llegar la noche, les recordaba que era hora de quitarse los sombreros, ponerse sus pijamas y acostarse. Ah sin olvidar cepillarse los dientes y dar gracias a Dios por las cosas buenas.
Una noche Pulgar dijo muy preocupado:
-Mamá, he contado varias veces y solo veo cuatro niños.
-Bien, entren las puntitas de sus narices en esta lata de vaselina. Contaremos de nuevo -ordenó la madre.
Cada uno introdujo la punta de su nariz en el grasoso envase, no muy a gusto; pero había que obedecer a su mamá. Se marcaron cuatro hoyitos, porque Mayor había entrado su nariz en el hoyito de Meñique.
-Mira, mamá, falta uno -repitió Pulgar.
Luego echaron cinco colores de pintura en platillos. Se mojaron la punta de la nariz y la apoyaron en un papel grande. Cada uno escogió su color. Meñique, rojo. Anular, verde. Mayor, azul. Índice, marrón. Pulgar, amarillo.
Entonces Doña Mano se puso sus lentes y contó los círculos impresos en los platillos. »Uno, dos, tres, cuatro y cinco. Tengo los chicos más lindos. Y ahora, ¡Vamos a dormir!».
Meñique le secreteó a los otros hermanos que Pulgar no sabía contar. Los demás se rieron. La madre les recordó que cualquiera se equivoca. Meñique pidió perdón y se acurrucó en el pecho de su progenitora.
A los pocos minutos se escuchó el concierto de cinco ronquidos. La luna les cantó suaves melodías. Las estrellas los cubrieron con sábanas doradas y azules.
Y colorín colorado…