El discurso de la juventud es muy bonito. Todo el mundo tiene a la juventud en la mira. Y me pregunto por los jóvenes de Valle Nuevo. Por sus opciones fuera de la agricultura. Por el diseño de un programa consensuado con los agricultores desplazados. Esas preguntas no son nuevas. Ya me las hacía cuando trabajaba en una zona protegida en territorio de Los Haitises. Así nació mi novela infantil Número Ocho (inédita aún), adentrándome en ese laberinto sin salida y sensibilizándome con todos los seres vivos de la región: plantas, aves, seres humanos…
El problema no se resuelve con echar a las personas de las aéreas protegidas. Eso es desplazar un problema. ¿Han explorado, las autoridades, una solución integral de la problemática de la comunidad?
Solo quienes hemos compartido con los comunitarios de las –hoy– zonas protegidas podemos tener una idea del problema. Allí la gente nace, crece, se reproduce y muere sin conocer el mar. Bajar a la ciudad es un lujo que, quienes viven en esas comunidades cultivando a escondidas, haciendo préstamos sin saber si habrá con qué pagar, no se pueden dar.
Y, por cosas de la vida, son los comunitarios los guardianes ideales de las zonas protegidas. Las alianzas con la comunidad hacen efectiva la prosperidad de proyectos de conservación. Ha sido la experiencia más efectiva en países que nos han dado «gabela» en la materia.
Una pelea de campesinos contra el Estado, es desigual. Los primeros reconocen en su permanencia la legitimidad que les ha dado el tiempo: el arraigo. Los segundos creen tener los recursos, la autoridad y el respaldo de la opinión pública. No nos engañemos. No defendamos a los jóvenes de ciudad cuando los jóvenes de los campos no tienen ni presente ni futuro.
La justicia ha de llegar cuando seamos capaces de diseñar un programa integral con los comunitarios asentados en áreas protegidas. Cuando podamos anticipar las situaciones y evitar todo el desgarramiento en el corazón de nuestros jóvenes desesperanzados, estaremos haciendo algo provechoso, justo y digno.