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Un caso de película

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La creatividad se pone a prueba cuando ya no se sabe de qué manera abordar la gangrena de la corrupción. No es la crisis creativa de la página en blanco. Es la crisis de la incredulidad: ¿de verdad nos queda en el cuerpo más indignación sobre el tema de la corrupción y la Odebrecht? ¿De verdad en esa hoja de cálculo en la que se fijaban los pagos con los sobrenombres de los políticos que recibían el dinero sucio hay un político identificado como «Viagra»? Pues el laboratorio farmacéutico Pfizer no debe estar muy feliz de que, precisamente, ese producto premium de su catálogo ´caiga´ tan bajo.

 

Este estado de cosas del que nos asombramos casi con morbo, no es nuevo. En España ha habido casos de corrupción para regalar. El negocio detrás del clima bélico deja ganancias muy jugosas dondequiera. Insistimos: ¿qué es lo que hemos de hacer con eso? Esa es la gran pregunta de las sociedades actuales. ¿Cuáles son los mecanismos de operación? ¡Pues mire que sale a la luz toda una trama de lo más compleja!

 

Es más: esa forma de operar nos remite a una película sobre la mafia italiana. Se dirá que sin los muertos. Bueno… sin los muertos a disparos, porque muchos muertos invisibles que hay. Que no se niegue: los muertos de hambre no salen en la prensa amarillista, pero les debemos su fallecimiento a que los corruptos  sean más ricos para beber champán y los pobres sean más pobres para que no les alcance el salario para pagarse un tratamiento médico. ¿Cuántas veces hemos de explicar la ventaja ruin de unos pocos sobre la pobreza miserable de la gran mayoría?

 

No nos conformemos con que aparezcan los sobrenombres de políticos en portugués. Que ya sabemos que no solo en Brasil la Odebrecht comió y vomitó conciencias. Necesitamos nombres aplatanaos. Y sobrenombres. Y montos. Y corruptos tras las rejas. Es posible desmontar redes de corrupción. Quien tenga dudas que pase un par de horas viendo la película «Gánster Americano» (2007), basada en hechos reales en la que Richie Roberts, un detective asistente de un fiscal en New Jersey, desmantela toda una red de tráfico de heroína dirigida por el narcotraficante Frank Lucas que «dio como resultado la apertura de 150 casos contra numerosos acusados, incluyendo tres cuartas partes de la Agencia de Nueva York de Control de Drogas y 30 miembros de su propia familia».1

 

Estas transformaciones radicales no se consiguen comprando una cortina bonita que cubra bien el vertedero que tenemos en nuestras narices. Necesitamos muchos como Richie Roberts, que sean capaces de librar una guerra en contra de la corrupción y todas las aguas negras que esta trae consigo. O de lo contrario, son sus aguas negras las que nos arrastrarán hacia los peores momentos de la humanidad. Si hoy existe la corrupción es porque también existen quienes dan su brazo a torcer y miran hacia otro lado. Y eso tampoco es serio. Y eso es igual de malo que coger lo ajeno.

Que levanten la mano quienes están dispuestos a jugar su rol sin que les tiemble el pulso. ¿Quién dice yo?