POR: Luis Reynaldo Pérez
El femicidio, definido por Diana Russell, promotora inicial del concepto, como «el asesinato de mujeres por hombres motivado por el odio, desprecio, placer o sentido de posesión hacia las mujeres», se ha convertido en una especie de epidemia que ataca rabiosamente a la sociedad dominicana. Según el Observatorio de Seguridad Ciudadana, entre enero y junio del presente año han sido asesinadas en República Dominicana más de cincuenta mujeres por sus parejas, ex parejas o pretendientes. Y si vemos los últimos casos que han conmovido a la sociedad dominicana notaremos que el número de víctimas puede ser mayor por ser los cuerpos abandonados o enterrados y no ser contabilizados por las autoridades competentes.
La primera causa visible de estos asesinatos es la forma machista en que hemos sido educados. Es imposible que la mujer esté segura mientras los hombres las sigamos viendo como una propiedad, “un pedazo de carne”. Y detrás de esta formación machista se encuentra un Estado irresponsable e incapaz de proteger la vida de las mujeres; un Estado que, a pesar de haber penalizado el femicidio, ha fallado en prevenir estos actos violentos después de que la víctima ha denunciado a su maltratador, obligando a la mujer a entregarle al hombre la orden de alejamiento, acción en la que casi siempre el hombre termina quitándole la vida; un Estado débil que ha permitido que preceptos religiosos no hayan dejado que se imparta Educación Sexual en el sistema educativo estatal.
Y en complicidad con el Estado están los medios de comunicación que perpetúan los mensajes misóginos producidos por la música y la publicidad y que siguen sirviendo noticias con sesgos y enfoques denigrantes que solo culpabilizan y re victimizan a la mujer maltratada. Estamos también nosotros, vecinos, amigos, transeúntes, que nos escudamos en aquello de que “en pleitos de marido y mujer nadie debe meterse” para voltear las cabezas y esconder las miradas en nuestras propias preocupaciones manchándonos también de culpa y sangre.
Y hay una consecuencia casi invisible que son los niños y niñas víctimas directas de estos crímenes quienes quedan marcados de por vida y a quienes el Estado no provee de protección, frente a ese hombre iracundo, que a veces asesina también a sus propios hijos, ni tampoco les suministra acompañamiento psicológico o psiquiátrico que les permita superar sus traumas y ser hombres y mujeres libres de ese círculo de violencia generado en el seno de sus familias.
Es necesario que, desde cada hogar y desde las escuelas, iglesias, clubes y cualquier otro espacio de sociabilización, eduquemos a nuestros hijos e hijas en igualdad y equidad. Es necesario que entendamos, los hombres, que no somos dueños de la vida ni el destino de la mujer que comparte (compartió) nuestro lecho; es necesario que las mujeres se sientan seguras al abandonar, sea cual fuere la razón, una relación de pareja.
Es necesario pues recordar las palabras de la activista mexicana Susana Chávez: “Ni una mujer menos, ni una muerta más”.