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Nada qué celebrar (No. 74)

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Nunca antes un San Valentín nos pareció más rojo ni más triste. Al margen de que nos dé o no alergia recibir o dar corazoncitos, con el asesinato frío y metódico de dos comunicadores el corazón se nos queda roto y todo cuanto pase por la cabeza parece en estado de choque. Todos los medios de comunicación deben «garantizar» seguridad a sus colaboradores. Pero dependiendo del grado de sofisticación de quien agrede, esta seguridad será relativa. Si en esta última reflexión hay un vicio, que alguien me explique cómo accedieron –el 7 de enero de 2015– dos hombres armados y enmascarados y vaciaron 50 disparos contra la plantilla de compañeros de la revista satírica francesa Charlie Hebdo. Asalto que dejó 12 muertos y 11 heridos. En esa ocasión en nombre de Alá. Y allí hubo un mecanismo de seguridad, en apariencia, más sofisticado. Pero no, no estaban seguros.

Cuando de prensa se trata, el atentado no es hacia los comunicadores Luis Manuel Medina y Leo Martínez, cuyo deceso trágico también tiñe de luto a la comunidad universitaria de la UCE. Este tipo de actos criminales disparan contra la sociedad dominicana y la libertad de prensa, garantía de su ejercicio democrático.

Los medios de comunicación son más necesarios que los ejércitos. Protegen más a la nación que las armas. Los medios de comunicación que denuncian, que se levantan, que protestan son los muros que atajan –dicho en buen dominicano– a los malos de la película. Y los malos de la película son los de la Odebrecht que cenan rico en finos restaurantes mientras sobornan y multiplican su ganancia sobrevaluando obras. Y los malos son los que llevaron al suicidio al arquitecto David Rodríguez García, contratista de la OISOE, cuya carta astral –lamentablemente– sigue ahí. Pero ojo: los malos no son los tres infelices que se roban un pollo y tres libras de yuca. Tampoco los malos son los miembros de la Policía Nacional cancelados, uno por hacer famoso un salario cebolla y otro por firmar el libro verde de la corrupción. ¡Y cancelados por mala conducta! ¡Qué sociedad!

Los malos somos nosotros cuando nos comportamos de forma indiferente ante los problemas que nos afectan. Los malos somos nosotros cuando colaboramos en el mantenimiento de los débiles en la ignorancia y los fuertes en la delincuencia. ¿De verdad vamos a dejar que nos arrebaten el país?  La denuncia, que siga en pie.  Los malos de la película no son tantos como parecen, pero su poder aumenta en la medida en que nos escondemos y tememos decir lo que tenemos que decir para no perder el empleíto o que no nos fusilen, ya no con sigilo, sino abiertamente, y llevándose a todos los inocentes que hacen falta.

¡Que en este país no solo se derramen lágrimas! Que los de la serie 23 y el resto nos paremos todos de frente, convirtiendo nuestra comunidad en una voz fuerte, en un muro fuerte, en una sociedad fuerte que jamás dará su brazo a torcer: al que no le guste la lucha que siga disparando y cenando en finos restaurantes, que en este país la cosa se endereza o, como diría Juan Pablo Duarte, «se hunde la isla».