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Mi villano favorito (No. 70)

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Hasta hace apenas poco más de 3 700 años, el concepto de «ley» era aplicado según cada rey, emperador o líder tribal considerase. En 1901 se halló el código que promulgó el rey Hammurabi de la antigua Babilonia, a quien hoy se le reconoce como el primer legislador de la historia, gracias a la promulgación –bajo su reinado– de uno de los primeros códigos legales escritos de los que hay constancia histórica.

Aplatanao, quiere decir, que en la Babilonia de Hammurabi estaba más claro que el agua el castigo que se merecía cada ciudadano (o no ciudadano, en el caso de los esclavos) si cometía un delito o tenía un comportamiento inapropiado dentro de esa sociedad. Lo importante es que no importa hijo de quién usted sea, si robó una vaca, mató un vecino o construyó mal una casa, usted recibirá el mismo castigo que otro que haya sido castigado por la misma falta. Ese concepto de relativa igualdad, de no proteger al que delinque, fue en su momento una medida revolucionaria, que sentó las bases jurídicas en muchísimas civilizaciones posteriores.

La cuestión viene a cuento porque, casi 4 mil años después, aquí batallamos por garantizar que se cumpla un código de pura cepa. Pero el código solito no es bastante si –de algún modo– las familias y amigos protegen a sus delincuentes favoritos. En Erredé hay un montón de dinero, a lo largo de la historia de la república, que no se sabe al bolsillo de quién fue a parar. Esos delincuentes de cuello blanco, van a cenar (y a pagar con lo que no es suyo) a finos restaurantes de los que un ciudadano «común» jamás tendrá noticia.

Sin embargo, las madres dominicanas siguen madrugando para coger un turno en un hospital público, donde quizá su bebé enfermo pueda ser bien atendido. Por eso la corrupción debe ser severamente castigada. Porque cuando se es corrupto con el bien público se asesina a gente que muere porque el Estado no tiene con qué garantizarle medicinas. Y no hay con qué garantizarles medicinas porque hay funcionarios que cobran un diez por ciento para «asignar un trabajo» a un suplidor equis o porque sobrevaluó una cotización o porque no usó los materiales que fueron indicados en la cotización y, por ejemplo: «el puente colapsó y mató a no-se-sabe-cuantos». En la antigua Babilonia, el código Hammurabi condenaba a la pena de muerte a quien construyera una casa que acabase derrumbándose y matando a miembros de la familia. Pregunte por los escándalos de la OISOE, con las escuelas mal tramadas, cuántos presos hay.

Casi 4 mil años después de la promulgación del código de Hammurabi, en este país hay que hacer marchas y sacar banderitas y letreritos para reclamar el cese de la impunidad. Que conste, que en absoluto creemos que el código de Hammurabi es justo según nuestra concepción de lo que debe ser o nuestra cultura. Esa no es la cuestión. La cuestión es que las leyes, además de escribirlas, deben ser cumplidas, y nuestra sociedad demanda urgentemente que quien la hizo, que la pague. Y que se acabe, de una vez por todas, este relajo.