Quedó claro que el pueblo esta jarto. Que los escándalos por corrupción que vienen escuchando nuestros hijos, nuestras abuelas, nuestros bisabuelos y así, así, así desde la fundación de República Dominicana, nos tienen jartos. Claro que antes hubo corrupción. Los funcionarios enviados por la corona española eran expertos en recibir entradas fuera del libro. Y es curioso pensar en eso y en el 26 de enero, cuando estamos supuestos a celebrar el natalicio de Juan Pablo Duarte.
Porque Juan Pablo Duarte, como se intenta explicar a los más peques de la casa en el suplemento infantil, no fue corrupto. No solo entregó su herencia familiar para la guerra de Independencia. También detalló cada centavo que le fue asignado, en unas anotaciones que devolvía sin un centavo de más o de menos. Porque Juan Pablo era noble. No necesitaba que todo un sistema de prevención de corrupción funcionara para él saber lo que tenía que hacer y cómo tenía que hacerlo. Juan Bosch, fue igual. Bosch reconocía que el dinero del pueblo no era un dinero suyo. Para su uso particular. Y Juan Pablo Duarte, no solo no robó, sino que dio todo lo que tenía.
Muchos de los miembros del Partido (del que sea), participan en las actividades proselitistas como una inversión que se cobrarán después de ganadas las elecciones. Ha sido así desde la fundación de la República hasta el día en que escribo estas letras. Solo los procedimientos y el castigo hace posible que la corrupción llegue a su fin. El pueblo está jarto. Y, el domingo 22, pasó algo que hace tiempo no sucedía: el pueblo sabe que tiene una voz. Y el pueblo dijo: «estoy harto». O jarto con jota, que es como está el pueblo dominicano.
Jarto de ver tantas niñas y niños rodando en hospitales sin medicinas, padeciendo cáncer y otras sentencias de muerte, mientras unos cuantos se van con 92 millones a pasarla «chílin» en los destinos turísticos más costosos del país. ¿Y dónde están los presos? ¿Y cómo es eso que después de diez años de haber desocupado el puesto en el Gobierno, ya no se puede procesar a un funcionario público? ¡Má bueno que e’ así!
Este más reciente escándalo (Odebrecht), que no será el último, es una invitación a la revisión de las leyes dominicanas que –supuestamente– persiguen impedir los actos de corrupción en el servicio público. Hay brechas. Y el pueblo siempre lo supo. Y esas brechas hay que cerrarlas. El pueblo, vestido de verde, a su vez vistiendo de verde la ruta de la marcha del pasado domingo, dice que esta jarto. Que no tiene paciencia. Y así fue cuando Duarte: se jartó. Y eso está pasando de nuevo. El pueblo está jarto, y nada ni nadie impedirá que, poco a poco, vaya poniendo las cosas en su lugar.