POR: Farah Hallal
Hace algunos siglos, cuando los africanos eran mercancía vendida en las plazas, eran bienvenidos en todas partes. Ahí eso de ser negro no era molestoso de mantener porque resulta que le daba al dueño demasiado beneficio. De ese beneficio, se lucró el Viejo Continente. Se hizo rica gente que viene a ser antepasado ilustre de actuales ricos. O sea, que un negocio tan lucrativo e inmoral como el de la compra y venta de personas, amamantó grandes fortunas. Fortunas que hoy se promueven como muy honorables.
Pero todo el mundo tiene el negro detrás de la oreja, dicen por ahí las sabias lenguas. Porque mientras los gobiernos de Malta e Italia rechazaron acoger a los refugiados que vagaban sin agua ni alimento por las aguas de la miseria, España sí. O sea, España sí ha acogido a los refugiados rescatados del Aquarius, pero no sabe qué hacer con todos los inmigrantes que llegan en frágiles embarcaciones cada día. Ni con los que están recluidos esperando deportación.
Los racistas niegan lo obvio con un discurso muy usado: «nosotros no nos podemos hacer cargo de ellos, tenemos nuestros propios problemas». Este discurso ya ha sido utilizado por fascistas en toda regla. Trujillo en RD, Mussolini en Italia y Hitler en Alemania caracterizaron sus discursos por la exaltación de valores como la patria o la raza. Esa supremacía racial, según ellos, marcaba un orden: los de arriba y los de abajo. Los que sí y los que no. Los que pueden y los que no pueden.
Sin embargo, mientras los alemanes comunes y corrientes se envenenaban con este discurso, Hitler llevaba a cabo –pasito a pasito— todo un mecanismo de control que acabó con la vida de un aproximado de once millones de personas, entre ellas judíos, gitanos y enemigos de la dictadura. A todos los asesinaron por igual. No importaba nada más que garantizar su permanencia en el poder.
Ahora muchos gobiernos de derecha están de vuelta al ruedo. Y el discurso racista se oye por todas partes. Me pregunto si, como vociferan los evangélicos fanáticos, «e´to son lo´finale´» y el mundo se volverá a convertir en un caldo de cultivo para nuevos holocaustos. Como yo no quiero ir al infierno, prefiero «amar al prójimo» como a mí misma. Porque Jesús no dijo: ame ar prójimo blanco como a u´té mi´mo. Así que a los cristianos racistas que se apeen del discurso de odio porque —repréndelos señol— ¡que e´pal infielno que van!