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Diario de un favorecido 8 DE AGOSTO DE 2018

POR: Cosme Peña

La alegría, hospitalidad, y el servicio a los demás, son rasgos fisionómicos de la personalidad colectiva del dominicano. Se pudiera decir que estos elementos forman parte de su ADN. Por eso el estado de angustia, al que los malos políticos han sometido a este humilde pueblo, con la aprobación de la ley de los partidos políticos, es un atentado a estas características enunciadas y que debemos vehementemente preservar, como legado a las futuras generaciones. El dominicano debe seguir siendo alegre y hospitalario; pretender cambiar estas peculiaridades por mezquindades e ignominias políticas es un flaco servicio a la patria.

El retraso de la aprobación de la citada ley es por la culpa de dos o tres, y, de sus partidarios, por razones de conveniencias particulares, anteponiendo el bienestar de un grupito, al bienestar colectivo.  Es inaceptable fomentar el desasosiego en la familia dominicana, y dirán ellos, que eso es parte de la política, y puede que tengan razón, pero las interrogaciones necesarias serían, ¿qué si este estado de angustia nos lo estamos mereciendo como ciudadanos de esta media isla?, ¿es tan, tan, tan difícil para la cúpula de los partidos, “jorocones” embriagados de poder, ponerse de acuerdo? Con esta actitud ustedes (políticos) suman más estrés a la población, adicional al de los afanes diarios, al del caótico transporte, al de los “trancones”, al de “estericar” el pago de la quincena, al de la carestía de unos libros de texto con precios inalcanzables para la clase media, vendidos por editoriales foráneas, vampiresas y chupasangres. Y los atracos a mano armada al que los padres de familia son sometidos por directores de centros educativos, muchos de ellos, encarnación viva de Barnabás Collins, protagonista de la famosa serie Sombras Tenebrosas, para el pago de las inscripciones y compra de uniformes escolares obligatorios.

En las últimas dos semanas, la atención nacional ha girado en torno a la ley de los partidos políticos, una ley de por sí necesaria, pero que tampoco es una cosa del otro mundo, nos la han hecho creer así. ¿y los que no militan o pertenecen a ningún partido político, cuentan? Si es una ley para los partidos, ¿por qué tenemos que subvertir todos nuestros quehaceres? Algunos han vaticinado que, si no se aprueba esta ley, la democracia colapsa, pero ¿cuál democracia? ¿La que disfruta una clase política oronda en su molicie? Una clase política que se olvida de los que habitan en cuartucherías, callejones y cañadas. Acostumbrada a “buscar esos votos” en cada cuatrienio, y que inmediatamente de ser electos miran con desdén las barriadas que representan. En fin, una clase política que en su generalidad reniega sus orígenes, que permutaron la dulce experiencia de sentir el aguacero de mayo castigar sus techos de zinc oxidados, por techos de doble altura cubiertos de tejas importadas.

Si ha dado tanta dificultad la aprobación de esta ley, ¿no sería porque los mismos que han de aprobarla, no se pusieron de acuerdo?, porque al parecer es mejor vivir como chivos sin ley.

En mi diario recuerdo a mi vecino Celestino Vásquez, a su familia, su carro Lada blanco, recién electo diputado, llegado a la cámara en el gobierno de don Antonio Guzmán; le recuerdo ayudando a la gente de su barrio, un hombre de bien, humilde y cristiano practicante. Él siguió viviendo en el barrio, dispuesto a ayudar a su comunidad. Hoy diputados como Celestino, sin dudas hacen falta. ¿A que sí?

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