POR: Cosme Peña
El dilecto amigo y mentor don Roberto había preparado para su esposa Amarilis una fiesta sorpresa de cumpleaños. Tuvimos el privilegio de ser parte de los invitados a tan magno evento. El elegante penthouse estaba decorado con finos pormenores acordes a la ocasión. Llegamos puntuales a la cita. Aguardamos que la festejada llegara de una ‘’diligencia’’ meticulosamente planificada por su consorte. Una mesa tipo bufé, con bocados exquisitos, calmaban la ansiedad producida por la espera.
Hasta que doña Amarilis hizo su entrada, entre aplausos, gritos y canciones interpretadas por un mariachi, que en franco derroche de sentimientos cautivaba a la concurrencia. Luego la opípara cena deleitaba a los comensales, incluyendo a los de exigente paladar. Un disc jockey complacía peticiones e interpretaba el gusto de los bípedos bailarines.
La noche se tornó inexorablemente vieja delante de todos. A la una de la madrugada pensábamos que la fiesta iba de picada a un feliz término; la retirada lucía inminente, nos aprestábamos a hacerlo de manera discreta. Pero algo sucedió, que levantó el ánimo. Un hombre vestido del color de la noche iluminó como una estrella todo a su alrededor. Las féminas al unísono le recibieron con una ovación ensordecedora. Los caballeros con la admiración y el respeto a su envergadura. De inmediato aquel personaje vestido de negro de los pies a la cabeza se adueñó del escenario. Saludó a su auditorio. Dedicó su acto a la festejada. Quien feliz por el regalo de su esposo, como una quinceañera reía y gozaba a carcajadas. Se hizo protagonista de la noche. En una mesa contigua, una botella de vino le escoltó, cantaba y tomaba de la copa como si aquel líquido de la vid fuera agua.
Con cada canción mostraba una cultura enciclopédica. Charlaba y hablaba como si estuviera filosofando. Cada palabra atinada; concordaba sus ideas, nada era inapropiado. Sin dudas fue uno de los artistas más completos que ha parido esta patria tricolor. Su hoja de vida incluyó las profesiones de cantante, compositor, locutor, actor, comediante, libretista, presentador y animador de televisión. Tantos títulos y reconocimientos recibidos nunca mellaron su humildad.
En la cresta de su mayor creatividad, recibió ofertas para residir en el extranjero, internacionalizarse. Talento le sobraba; las desestimó, prefirió su terruño, su Quisqueya amada, aquella bordeada de aguas cristalinas, cocoteros, ríos y montañas. De las féminas hermosas, de caderas cadenciosas y eterna alegría. Alardeaba su gusto por las mujeres “chiviricas’’. Era común verlo deleitándose de las corrientes cristalinas y juguetonas de los ríos, riachuelos y arroyos de la geografía nacional. Así era Anthony, sin poses, genuino, bebedor, mujeriego, el eterno bohemio.
Esta noche fue mágica, con cada canción hacia cómplice a un público ya cautivo. De cada canción surgía una historia, un sentimiento. Se fundía el testimonio y la canción, para el deleite y disfrute, un espacio de paz y de sentimientos nostálgicos se apartaba con sus canciones y anécdotas.
Las canciones que por años cantábamos e hicimos nuestras, las entendimos mejor; con sus explicaciones lograron un nuevo sentido. Ganaban una dimensión especial. Aquella vertida de un alma en paz consigo mismo y con su prójimo. Anthony será recordado como un grande, entre los grandes. El ser que vivió lo que predicó, con sus virtudes y defectos. Su pueblo lo supo reconocer. Me dijo su mánager que todos los días, el laureado cantante tenía presentaciones privadas y públicas. Nadie quería irse, ni siquiera él, pasadas las cuatro de la madrugada se despidió entre aplausos nostálgicos dejando satisfecha a una masa delirante.
Pidió que lo recordaran con alegría, como él mismo se definió, alegre, amante de la vida; desde Fuaquiti rendimos el tributo a la estrella, al artista, y al ser humano que vivió y fue feliz a su manera.
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