POR: Cosme Peña
El domingo pasado México estrenó un presidente, Andres Manuel Lopez Obrador mejor conocido en su país natal como AMLO. En un discurso emotivo, dijo: ‘’nada ha dañado más a México que la deshonestidad de los gobernantes y de la pequeña minoría que ha lucrado con el influyentismo. Esa es la causa principal de la desigualdad económica y social, y también de la inseguridad y de la violencia que padecemos’’.
Un 53% de la masa electoral, algo más de treinta millones de ciudadanos, votó por AMLO. Contrario a los que algunos pudieran pensar AMLO no es un improvisado, ni un outsider, es un político con una sólida formación intelectual, militante activo, y, ha estado en primera línea en los sucesos trascendentes de la vida azteca por los últimos treinta años.
Durante los eternos cinco meses de transición, se aprobaron algunas de las promesas que enarboló durante su campaña electoral. Tales como: la reducción del salario presidencial a un cuarenta por ciento, la eliminación del seguro médico privado para los funcionarios que según AMLO ahorraría cinco mil millones de pesos mexicanos, la puesta en venta del avión presidencial y la flotilla de aviones y helicópteros para uso de altos funcionarios, la eliminación del poderoso Despacho de la Primera Dama, que según doña Beatriz Gutiérrez (su esposa) en México no habrá damas de segunda, ella misma rehúsa que le endilguen este título. Estas acciones fueron durante la campaña, parte del rosario de promesas.
Plausible es resaltar la perseverancia de AMLO en su lucha por escalar el Everest de la política mexicana. Es el espejo en que los políticos del terruño deberían verse, perseverante, sencillo, humilde, trabajador y coherente entre lo que dice y hace. Durante dieciocho años, tres campañas presidenciales, miles de kilómetros recorridos y personas contactadas; miles de discursos y viajes extenuantes, no diezmaron su tenacidad de continuar hacia su meta. Su estrategia la encaminó en aprovechar el descontento de las masas hartas de violencia social, corrupción gubernamental e impunidad, el caso de los jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa, la falta de respuestas enérgicas del oficialismo contra un insultante presidente Trump y su obstinación degradante de que los descendientes de Moctezuma debían pagar por un muro que nunca han pedido su edificación.
La primera vez perdió ante el candidato oficial (PAN) Felipe Calderón por un escaso margen de doscientos mil votos, produciéndose una crisis post electoral, donde alegó un fraude electoral, y desconoció el triunfo de su rival, seis años más tarde en el dos mil doce vuelve a perder esta vez ante el presidente saliente Peña Nieto (PRI), los votantes frustrados por las políticas erráticas del partido oficial decidieron tornar el péndulo electoral al PRI. Para el dos mil dieciocho tampoco la tuvo fácil se sobrepuso a la campaña más violenta de México, bañada por el líquido carmesí portador de la existencia vivificante.
Un pueblo dominicano desesperado, frustrado por la deuda social acumulada durante décadas, sumados algunos factores comunes con los hermanos de la patria forjada por los curas Hidalgo y Morelos, pudiera verse tentado a dar un salto al vacío. La época actual exige a los aspirantes a sentarse en la silla de alfileres, exhibir una vida sencilla, familiar, temerosa de Dios, sin rimbombancias personales, distantes del mesianismo, capacitados no neófitos, desprendidos, con un sentido de legado histórico. El escenario de la política vernácula está para que cualquier ‘’galloloco’’ populista, con ideas nacionalistas trasnochadas que ni ellos mismos creen, y unos cuantos cientos millones de pesos de dudosa procedencia, pueda acceder las escalinatas del palacio presidencial. En este instante solo podemos decir ¡Que Dios nos libre! Porque es muy difícil, casi improbable en nuestro escenario replicar otro AMLO, ¡tendríamos demasiada suerte!
Comentarios son bienvenidos a direccion@fuaquiti.com