POR: Cosme Peña
¡Bienvenido 2019! Aún falta por celebrar el día de los Santos Reyes para salir de la resaca navideña. El 2018 terminó con algunas tareas pendientes. Personales y gubernamentales. Esperamos aprobarlas en el que recién inicia. Todavía las autoridades no han terminado de aprender la lección, de que la liberación del horario para las ventas de bebidas alcohólicas añade tragedias y luto a la familia dominicana. Tampoco hemos comprendido como sociedad que el embarazo de adolescentes es una epidemia, que alimenta el círculo de la pobreza, por tercer año consecutivo el primer niño nacido fue alumbrado por una menor de edad. Tampoco el tema migratorio está claro. Aunque los feminicidios se redujeron, no es motivo de celebrar, porque una muerte cuenta. Ni las promesas de rebajar de peso, ni el 10K que está pendiente. La pareja ideal y esperada. Aun así, se inicia este año renovado de sueños e ilusiones. La lista de pendientes es extensa.
Deberíamos en este 2019, simplificarla. Proponernos ser más felices. Conscientes de que la felicidad plena (si existiese) es una travesía diaria, de un paso a la vez. Sin los sueños quiméricos al estilo hollybudense de golpe y porrazo. Estudios indican que después de un monto equis, lo que de ahí se añade aporta poco a nuestra felicidad. Por lo que tampoco está en la acumulación de bienes materiales. Increíble un estudio reciente afirma: ‘’produce la misma felicidad ganar 60 mil euros anuales que 60 millones en el mismo periodo’’.
¿Qué nos hace pensar que en el mucho dinero está la felicidad? Precisamente al no tenerlo, se le atribuye la culpa de todas nuestras desdichas. Si se consigue, se comprueba que hay otras cosas o actividades tan satisfactorias que el dinero no las puede suplir.
Detrás de este deseo intrínseco de los bípedos racionales, en buscar la felicidad, se mueve una industria de billones de dólares anuales. En literatura de autoayuda, superación personal, charlas, conferencias, retiros, programas de radio, televisión, YouTube, redes sociales, todas ellas promueven el bienestar y prosperidad emocional, económico y espiritual.
A pesar de tantas inversiones multimillonarias, y de una industria tan lucrativa, surgen interrogantes: ¿eres feliz? ¿es nuestro país más feliz? ¿está la humanidad más feliz?
Bután, un país pobre en lo alto de los Himalaya, reemplazó el concepto de Producto Interno Bruto (PIB) por el de Felicidad Nacional Bruta (FNB). El objetivo del gobierno butanés no es que los ciudadanos sean ricos sino felices. Hoy es el país más feliz del mundo. Tienen el Ministerio de la Felicidad. Por el contrario, Theresa May primera ministra del Reino Unido, creó en el 2018 el Ministerio de la Soledad, para palear los suicidios, depresiones, de una comunidad envejeciente que se estima en un 15% de la población. Una comunidad pudiente, con recursos económicos, pero necesitada de alguien que los escuche, que compartan con ellos.
Lo que sí está claro es que estar en armonía con Dios, consigo mismo, y con los demás (prójimo) conduce a la felicidad, lo he comprobado en decenas de siervos y siervas de Dios, personas que con pocos bienes materiales son felices, tienen una vida plena y longeva.
El Estado se burocratiza en más municipios. Mas provincias. Senadores (que representan menos de diez mil votantes). Gobernadores sin funciones (bien remunerados), generales sin batallones. Muy bien pudiéramos pensar en eliminar muchos de ellos, e invertir esos recursos en un Ministerio de la Felicidad, con planes y personas capacitadas. La sola idea nos haría más felices, a que sí.
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