POR: Cosme Peña
El presidente Trump durante su campaña electoral prometió la construcción de un muro en la frontera Sur, además de ser pagado por México. Muchos estadounidenses blancos y rurales compraron ese discurso secesionista. Los inmigrantes latinos y en mayor proporción los mexicanos fueron satanizados. Etiquetados no menos que delincuentes.
El presidente Trump hizo de estos elementos su estandarte electoral y en un hecho sin precedentes cerró parcialmente el gobierno en represalia a los demócratas, porque estos no le aprobaron siete mil millones para la construcción de su muro.
En este punto es conveniente separar la realidad de la ficción. Las estadísticas del Departamento de Migración afirman que la inmigración latina ha disminuido desde el 2008. No así la asiática. El mismo organismo también determinó que la mayoría de los ilegales que entran a los Estados Unidos lo hacen a través de sus aeropuertos. Con visas de turistas o de estudiantes. Tampoco el muro impedirá la entrada de drogas a territorio estadounidense. ¿Para que servirá el muro ante los miles de kilómetros de túneles construidos por los carteles? ¿Para que servirá el muro cuando la mayor cantidad de drogas entran por las aduanas fronterizas en contenedores, camuflajeadas de las formas más inverosímiles? ¿Por qué en vez de destinar tantos recursos en el combate contra los capos y carteles, no se dedica una parte de estos recursos a la prevención y educación? Mientras haya consumo, también habrá quien lo supla. Hay industrias que se lucran de esta guerra. La de armas y la carcelaria, por citar algunas.
Este mundo demanda conexión, puentes. No muros. Combatamos los problemas en sus orígenes. Compartimos frontera con Haití. Tampoco aquí un muro sería la solución. También al igual que en los Estados Unidos industrias criollas se benefician del desorden fronterizo y de la crisis del vecino país. Estados Unidos pudiera bien destinar esos recursos a mejorar su infraestructura, rezagada en sus aeropuertos, avenidas y en la velocidad de su internet. Naciones similares les llevan la milla en estos servicios a la potencia del Norte.
Los verdaderos líderes incentivan el sueño de sus ciudadanos. Desarrollan proyectos de nación, que giren en torno a un bienestar común. El Sueño Dominicano es posible. Podemos soñar. Podemos alcanzar las alturas. El talento esta ahí. Erradiquemos la mediocridad imperante con educación y grandes proyectos. Un país se hace grande por su capacidad creativa, por la energía vibrante, las oportunidades y facilidades de sus emprendedores, por el respeto a las leyes, por la honestidad y transparencia de sus líderes.
Me comentaba el prestigioso Doctor en Arquitectura dominico-estadounidense Edwin Rodríguez, como fue contratado por el gobierno de Dubái junto a un equipo multidisciplinario de diferentes nacionalidades, para que elaboraran los proyectos más desafiantes e innovadores de energías renovables. Dubái plantea independizarse de los combustibles fósiles para el año 2025. Con este propósito se plantean ser el primer país de Asia en energías renovables. Así debemos pensar, en un megaproyecto que nos defina, que nos impulse.
Aplaudimos a Costa Rica, un país pequeño, similar al nuestro, que anunció su plan de que en el 2050 su matriz eléctrica será renovable al cien por ciento.
Nunca perdamos la capacidad de soñar. Este año es antesala del electoral. Es la oportunidad preciosa para plantear soluciones a los mega problemas actuales y de los próximos veinte años. La población esta ávida de soluciones y sueños, de alguien que la enamore. El líder que lo entienda y transmita, seguro en el 2020 que se terciará la banda presidencial.
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