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Diario de un favorecido 25 DE ABRIL DE 2019

POR: Cosme Peña

Ha vuelto el Tigre

“La gente no entiende que cuando era niño, nunca fui el más talentoso. Nunca fui el más grande. Nunca fui el más rápido. Desde luego, nunca fui el más fuerte. Lo único que tenía era mi ética de trabajo, y eso ha sido lo que me ha llevado hasta aquí”.
Tiger Woods

En la tarde del domingo 14 de abril estuvimos sentados como espectadores atónitos de una gran proeza. Tiger Woods el otrora imbatible, el ex número uno del mundo, aquel jovencito que en el 1997 con apenas veintiún años ganaba su primer Master (el más joven en la historia). Era tendencia en las redes sociales. Y lo era porque estaba ganando precisamente el Master de Augusta. El primero de los ‘’cuatro grandes’’ del año.

Su madre estaba presente. Sostén ideal (quien como una madre…). Le animaba junto a sus hijos y novia. Cada palo, cada golpe… enmudecía a una multitud, que represaba sus delirios y vocerías. Éramos testigos de un hecho sin parangón, el mayor come back en algún deporte profesional. Debía mantener su concentración. Poseer nervios de acero. Forjados de la extraña simbiosis de sus progenitores. Padre afroamericano y madre tailandesa. Al final coronó la hazaña; ganó su décimo quinto Major. En un intervalo de once años. Tiger había vuelto.

Al final de la década de los noventa, superar los dieciocho Majors de su compatriota Jack Nicklaus, lucía fácil para el joven Woods. El viento iba a su favor.

Poseía las cosas que el ‘’mundo’’ define como éxito: juventud, fama, mujeres y dinero. Con estas, vendría luego el endiosamiento de las multitudes, el que te acarrea a residir en el altar de los dioses, y por algún desliz te desaloja del Olimpo. Y justo eso le pasó a Tiger. Una serie de infortunios, algunos producto de una vida disoluta lo llevaron al ostracismo. A lamer el polvo del desprecio de los inmisericordes. De los que aúpan si representas algún beneficio. Las empresas, excepto Nike, le retiraron sus patrocinios.

Lesiones de rodilla y espalda. Visitas permanentes al quirófano. Adicción a los opiáceos para calmar el dolor, lo mantuvieron en un vaivén de las canchas. Así pasaría los últimos diez años. Batallando contra su propio cuerpo.

En el 2017 la frustración llegó a su clímax; admitió que estaba a punto de no volver a una cancha, el dolor era intenso y permanente. Cuestionaba si valía la pena, jugar con ese dolor, el éxtasis de la victoria solo existía en sus remembranzas. Vivía en la agonía permanente.

Y es en este punto de inflexión casi toca fondo. Sin embargo, no se rinde, sigue intentándolo, sin desmayar, retorna a varios torneos. Esta férrea perseverancia y su espíritu indomable ante el fracaso, le lleva nueva vez a la victoria. Nunca perdió la fe.

Días después de esta sorprendente victoria, otro indomable, un gigante de la fe, el pastor Santos Ureña, transitaba por la experiencia de ‘’cruzar el desierto’’, testificaba cómo en los Estados Unidos un aparatoso accidente automovilístico por poco le cuesta la vida a su amada esposa Rebeca, las operaciones, el tratamiento, las terapias, mostraron el eterno amor de Dios y su mano protectora. En vez de menguarlo acrecentaron su fe. El pastor me animó con palabras venidas del Altísimo – por más difícil que pareciera la situación, por más oscuro del camino, ya Cristo había decretado la victoria-

Amigo lector, este mensaje, lleno del poder de Dios es para ti también. El la decretó en los cielos -tu victoria-. Créele a Él y verás la gloria de Dios, tus derrotas serán trocadas en victorias, tu desaliento en aliento esperanzador. Él nunca ha perdido una batalla. Ese es el líder a quien servimos y confiamos.

Este año preelectoral, vendrán muchas promesas a tu vida de hombres disfrazados de panteras, gallos, toros, caballos, tigres, águilas, autodefiniéndose como los mesías, los que ‘’resuelven’’, los que te llevarán al paraíso. Y de toda esta fauna política recuerda que tu victoria la decretó un León. El León de Judá. El que siempre cumple.

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