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Diario de un favorecido 24 de mayo de 2018

POR: Fuáquiti

Llegó puntual, su vehículo aromatizado a canela, impoluto, se percibe jovial, cordial, invita a una buena conversación, me habla de su pasado reciente, inmigrante por obligación, agradecido por el país que lo recibió (R.D.) y le dio la oportunidad de ganar el sustento de su familia; es taxista a tiempo completo. Es joven, bella, trabaja como camarera en el Mexi Co, en el Home Latin, París, próximo a la catedral de la Notre Dame, estudia a pocos metros en la Sorbonne, hace “unas horas” para completar el pago de su apartamento, recomienda con excelencia los platos que ofrece el modesto restaurante, como si fuera una vidente acierta a la perfección en lo que agradará el paladar de sus comensales. A nuestra salida, en el aeropuerto Charles de Gaulle, percibe mi acento latino, me saluda como si me conociera de toda la vida. Latinos en tierras gélidas, le externo mi procedencia, Santo Domingo, me cuenta que estuvo de vacaciones el año pasado en Punta Cana, su rostro se ilumina por la remembranza producida por estas inolvidables vacaciones; es profesional, con maestría, habla cuatro idiomas, es encargada en una tienda de Duty Free. Él acaba de arribar a Santo Domingo, con su esposa y dos niñas, después de muchas peripecias burocráticas. Es empresario, dejó una posición holgada, trabajaba para connotados dirigentes del régimen, se podría decir que económicamente, estaba en una situación privilegiada, atrás quedaron sus posesiones, resistió lo más que pudo, al preguntarle la razón de su partida, me dijo,-necesitaba libertad, mis niñas merecen un mejor futuro-.
¿Qué tienen en común estos personajes?, Son buenas personas, quieren continuar con sus vidas, disfrutar la libertad que ha sido cohibida en su país de origen, son inmigrantes, esparcidos por todo el mundo, hacendosos, víctimas de un sistema que les cerró las oportunidades; no les interesa la política (ese también es su derecho), anhelan que la situación de su país mejore, quisieran regresar, aunque no lo ven muy claro. ¿Qué hay detrás de sus historias? Años de preparación, aprovechados por otras sociedades que poco invirtió en ellos. Seres humanos con la pena de dejar a su familia, amigos. Salieron con sus maletas llenas de recuerdos. Eso de que en tu país es el único lugar donde no eres extranjero, se agiganta a la distancia, ese sentimiento de pertenencia que solo se vive en la tierra que te vio nacer.
Hay una Venezuela detrás y frente en cada uno de ellos. Conozco esa Venezuela a través de su gente trabajadora, laboriosa, solidaria con el mundo. Esa Venezuela, otrora potencia democrática, receptora de inmigrantes de todas las latitudes, incluyendo a nuestro prócer Juan Pablo Duarte. Muchos fueron los dominicanos que en los años sesenta y setenta emigraron a este país, también bañado por las aguas del mar Caribe, en búsqueda de una mejor calidad de vida. Incontables perseguidos políticos durante la oprobiosa dictadura trujillista, salvaron sus vidas al encontrar las puertas abiertas de su embajada.
El resultado de las “elecciones” del domingo 20, amenaza con reproducir el drama sirio en nuestros vecinos. Un éxodo migratorio sin precedentes, estaría al doblar la esquina. Debemos evitarlo. La comunidad internacional se ha pronunciado al respecto, el mundo se une en torno a este propósito, no se debe perder más tiempo, el régimen agoniza, da sus últimos zarpazos, el tiempo se agota. Que Dios traiga el entendimiento a las autoridades, oposición, líderes, sociedad civil, para evitar un derramamiento de sangre inocente; que las pasiones de lado y lado sean depuestas. Que reine la paz y el bien común. Elevamos nuestras plegarias al Altísimo. Hoy más que nunca todos somos Venezuela.