POR: Fuáquiti
Abril es un mes significativo en nuestra historia, en el cual han ocurrido acontecimientos bochornosos como la intervención estadounidense del sesenta y cinco, heroicos como la revolución de abril de ese mismo año, y, lamentables como la poblada del ochenta y cuatro. En mi diario, recuerdo junto a tía Francisca y mi hermana, retornar por la angosta autopista Duarte, un lunes a las tres de la tarde, de unas fantásticas vacaciones de Semana Santa. El sol inclemente laceraba nuestra piel, veníamos en la parte delantera del minibús que nos traía de vuelta. Los adultos, comentaban entre dientes, los rumores del derrocamiento del gobierno del Dr. Jorge Blanco, hablaban de saqueos de tiendas, comercios, y de cientos de muertos, mi candidez no asimilaba lo dramático de estas gestas, ni el peligro que nos acechaba más adelante.
Choferes, pasajeros en la vía contraria, desesperados y preocupados nos hacían afanosas señales, para que nos devolviéramos, solo la presión y amenazas de algunos imprudentes, impidieron a nuestro conductor llevarse del consejo atinado de sus colegas. En la entrada de Manoguayabo, bajamos del minibús ante la imposibilidad de avanzar por los escombros vertidos sobre la autopista. El incendio de neumáticos terminaba de tintar de gris oscuro, lo poco de azul que le quedaba al cielo vespertino,caminábamos a pie, con el mayor de los cuidados, la tía cargaba a la infante, y un servidor, iba con una maleta en la mano, un bulto terciado por el cuello en la espalda, con la otra extremidad superior disponible, ayudaba a la tía con uno de los extremos del saco de víveres, que había enviado la abuela. Una bomba lacrimógena me cayó justamente en los pies, fui envuelto en su humo asfixiante, mi primera y no la última experiencia con estos artefactos, caí al suelo asfixiándome, sentí unas manos que me levantaron del pavimento, me tomaron por el lomo; desesperado corría conmigo a cuestas, por laberintos empinados de callejones inhóspitos, brincó una cañada de aguas negras, pestilentes, todavía no me explico cómo no solté la maleta y el bulto que traía encima, ¿sería por los tenis nuevos que había estrenado en estas festividades?, destrabé solo el saco de víveres, a la distancia y casi ciego, veía borrosa, la imagen de la tía corriendo con mi hermana en los brazos, junto con la multitud que era socorrida por los vecinos, llegamos a una pieza, la dueña de la morada nos acogió con cariño, entre un abrir y cerrar los ojos, vi colgada en la madera y zinc que servía de pared, como único adorno un cuadro de la Virgen; quien antes me había cargado, se quitó el colorido pañuelo que cubría su rostro, cortó un limón y me lo exprimió directamente a los ojos, escuchaba, sin entender, el ruido intimidante de las metralletas. Regalamos los víveres a los buenos samaritanos, más por la incapacidad de seguir cargándolos, que por agradecimiento; seguía aturdido, mi tía, hoy comadre, con una fuerza indómita y bríos de una juventud que no admitía vuelta atrás, decidió continuar su trayecto, a pesar de las advertencias que les hacían nuestros anfitriones, por el peligro que corría con una niña tan pequeña y un adolescente. La doñita nos mostró la camita sándwich donde podíamos pasar la noche. En un efusivo abrazo nos despedimos, agradeciendo el gesto y hospitalidad, por los efectos de la maldita bomba o tal vez, por el aprecio sincero de la anfitriona, al despedirme mis ojos no dejaban de lagrimar. Caminamos a pie desde Manoguayabo hasta el kilómetro ocho de la autopista Sánchez, surcando el parque Mirador Sur; a las siete de la noche llegamos a la casa, exhaustos, extenuados, felices y agradecidos de Dios.
A treinta y pico de años de este suceso, hay muchas suposiciones sobre esta poblada, algunos estudiosos la atribuyen a la frustración represada del pueblo, a la corrupción, impunidad, al aumento de los precios de los artículos de primera necesidad, la firma de un acuerdo con el FMI. Algunas de estas son materias pendientes de parte de nuestras autoridades. Quiera Dios que jamás volvamos a pasar por estos hechos y que sea una lección aprendida, para el gobierno y el pueblo. Que nuestras autoridades pongan el oído en el corazón del pueblo, que miren como una advertencia los hechos ocurridos la semana pasada en Nicaragua. Para continuar lo que está bien, corregir lo que está mal y hacer lo que nunca se hizo.