POR: Fuáquiti
Desde mi ventana veo la lluvia caer, los riachuelos juguetones y alegres, formados por las corrientes de agua, inundan con nostalgia tiempos pretéritos, cuando todo era más sencillo, cuando la vida era más simple, desde mi diario recuerdo, la pertinaz llovizna de ese domingo en la mañana, la estirada fila, que daba la vuelta a la manzana, que estuve a punto de no hacerla, pero al ver la cantidad de personas esperando en calma, me reforcé, diciéndome a mí mismo, que esta experiencia valía la pena. Una joven que vestía un uniforme impecable, camisa larga y falda ajustada, sostenía en sus manos un cartel, indicando una hora y cuarenta minutos, justo el tiempo que debíamos permanecer en la prolongada fila hasta la Entrée.
El tiempo inexorable, anunciaba que más cerca estaba de realizar mi sueño, de visitar uno de los museos más grandes del mundo, lo conocía al dedillo. Sabía de sus obras, sus colecciones, su historia, gracias a mi afición por los libros de arte e historia universal. La emoción cubría mis sentidos, me sentía un niño en víspera del seis de enero. Detrás, una pareja de estadounidenses, henchidos de amor, conversadores, cómplices de una unión de veinte años, recreaban su luna de miel, profesaban su amor, no de esos “aloqueteados” con zalamerías y besos furtivos, este amor era más especial, más profundo, más sosegado, un amor de octogenarios, el tenía ochenta y cuatro años, ella ochenta y uno. La fila se nos hizo ligera, ordenada, la ausencia de personas tratando de colarse, daba la tranquilidad de que llegaríamos antes del tiempo señalado, pude divisar, dando la bienvenida a los peatones, imponentes las pirámides del Louvre, las de Francois Mitterrand, el presidente tozudo, visionario, quien a pesar de la oposición de la mayoría de los parisinos decidió su construcción. Los amantes y un servidor nos despedimos en la entrada, necesitaba en estos pabellones olvidarme del mundo, deleitarme en la belleza de obras icónicas, la Gioconda, la Venus de Milo, La libertad guiando al Pueblo, La Diana de Versalles, La Muerte de Sardanápalo, entre muchas otras, me esperaban, estarían disponibles para mí. Había una exposición itinerante del arte musulmán de los siglos XV y XVI, obras geniales, pero que con dolor en el alma no pude apreciar.
A las tres de la tarde salí a almorzar, crucé de prisa la calle Rivoli, en un parquecito contiguo una sinfónica juvenil afinaba sus instrumentos, durante el almuerzo, los comensales disfrutamos unas piezas exquisitas de Mozart. París es cultura, un universo infinito para el deleite del alma.
Imaginemos lo diferente que sería nuestro país, si nuestros jóvenes, en vez de oír las vulgaridades vacuas de los “colmadones o drinks” escucharan la Sinfónica Nacional, llevada a las escuelas, clubes y multiusos. ¡Qué diferente sería, si en lugar de tantas bancas de apuestas deportivas (semilleros de ludópatas y futuros delincuentes), tuviéramos talleres de pinturas, artesanías, esculturas! Si en vez de tantos puntos de drogas, tuviéramos puntos de apreciación al arte, talleres literarios. Estaríamos ante una verdadera revolución cultural. Recursos sobran, voluntad es la que falta. Ante el fallido Nueva York chiquito, una R.D. como la París cultural del Caribe, pudiera ser una meta interesante.
Muy bien harían nuestras autoridades, en invertir más recursos en el arte, si así lo hicieran, no tendríamos la necesidad de un patrullaje mixto, producto de la delincuencia que nos sobrecoge y nos doblega. Porque un pueblo con poca cultura, sin buenas artes, sin museos, sin galerías de arte, es una bomba de tiempo. Un pueblo poco culto está condenado a claudicar a los intereses más ramplones.
Desde Fuáquiti sugerimos que desde la escuela, se recreen los museos itinerantes, con las mejores colecciones de pinturas de clásicos dominicanos. Que la escuela sea la vitrina para que los niños y jóvenes con vocación a la pintura, artesanía, escultura, música, puedan expresar sus talentos. Esto contribuiría indefectiblemente a un clima de paz. Disminuirán los feminicidios, la violencia de género, atracos, entre otros; tendremos una sociedad mucho mejor, desintoxicada de tantos delincuentes, hombres violentos, ¡ah! y también de tantos malos políticos.