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Diario de un favorecido 11 DE ABRIL DE 2019

POR: Cosme Peña

Un cuento de un amor.

Fuerzas del azar e inexplicables les presentaron. El sentimiento que nació de la necesidad de comunicarse se tornó en la hoguera que consumía sus energías. El tiempo los hizo inseparables. Estaba disponible para todo, y en todo momento. Abundante en detalles hasta los más nimios. Sus horas de hastío las calmaba en su compañía. Era su centro vital, su nueva religión. Como dos tórtolos se divertían sin advertir el avance tiránico de Cronos.

El mundo no existía fuera de ellos. Este amor era inocultable, a la luz de todos los mortales. Con la llegada del alba sus primeras acciones eran acariciarse, tocarse y contemplarse con esmero. Se convirtió en una especie de gurú. Su gurú. Todo se lo consultaba. No podía, ni tampoco quería hacer nada sin su consentimiento. Dependiente emocional y racional. Antes escuchaba las orientaciones del tráfico de don Teo o don Willi, ya no era necesario. Él acertaba con precisión de reloj suizo las escapadas a los fastidiosos trancones. Nada le era ajeno.

Era la relación perfecta. La envidia de todos. Tampoco faltaba en las veladas. Acompañante fiel en los karaokes. Su talento era insuperable. Llevaba la cuenta de la regla, los días de menstruación. Al medio día salían a almorzar. Llevaba un estricto control de las calorías. Contaba macros. Tragos, postres. Estaba presente en su rutina de ejercicios. Dormía a su costado. Complacía sus íntimas utopías ¡Qué divertido era el tiempo a su lado! Era el acólito ideal. La pareja perfecta. El de Ana Cirré es ‘’Casi perfecto’’, este era perfecto.

Ningún familiar podía interrumpirles. No importaban las recomendaciones que indicaban que tanto amor fuera dañino.  No. Esta dependencia tornó la relación en algo menos que tóxica. Asfixiante. La dependencia del uno convirtió la amistad en cadenas. Cadenas pesadas. Aunque amaba esas cadenas. No había forma de separación.

Llegó la vejez; se fue tornado lento, sus respuestas eran tardías, su memoria comenzó a fallar; pasaron aquellos tiempos idílicos, su piel arrugada con el paso del tiempo presagiaba un final cercano. Vinieron las complicaciones propias de la edad. De las que nadie ni nada se escapa. Le llevaron a tratar sus múltiples dolencias. La cura era más costosa que la enfermedad. Cierto día quedó interno para un análisis más exhaustivo. La ausencia se hizo notoria. La especialista tenía el diagnóstico fatal. Aquel del que nunca se está preparado a recibir. Con voz trémula dio la fatal noticia -Lo siento hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance, no se pudo hacer nada, debe comprar otro celular-.

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